INTRODUCCIÓN
El pueblo de Dios —en la iglesia,
estado, familia, vocación y toda otra esfera tiene el deber continuo de
reformarse a sí mismo en conformidad con la palabra de Dios. Hay muchos
aspectos de la vida de la iglesia actual que tienen una seria necesidad de
reforma.
Al considerar el oficio de
anciano, no es nuestro propósito indicar esto como un aspecto de error mayor
que otros, sino llamar la atención a algunos problemas en este aspecto.
EL CARGO DE ANCIANO POR ALGUNAS GENERACIONES HA IDO
DECLINANDO MUCHO EN IMPORTANCIA Y FUNCIÓN.
En muchas iglesias, llegó a ser
para principios de 1900 principalmente un honor que se otorgaba a miembros
prominentes. Es más: la función del anciano llegó a ser en su mayor parte la
del juez sentado en revisión mensual del ministro, y a veces atendiendo asuntos
relativos al edificio y la propiedad. Puesto que la iglesia primitiva quizás
durante 2 siglos no tuvo templos sino que se reunían en casas, la
administración de un edificio no fue parte de la función original del anciano.
De nuevo, no hay nada en las
Escrituras que indique que una sesión, o una junta de ancianos, tenga como su
función central juzgar al pastor ni supervisar su trabajo. En verdad, podemos
catalogar tal función como rara, necesaria por alguna emergencia, para el
bienestar de la iglesia. De modo similar, puesto que la iglesia primitiva no
tenía coros, ni escuela dominical, ni ligas juveniles, ni unión de mujeres,
ninguna de estas tareas de supervisión es fundamental para el oficio de anciano
ni, podemos añadir, para el oficio de pastor.
Es nuestro propósito examinar las
evidencias de la literatura patrística concerniente al cargo de anciano, a fin
de arrojar luz sobre el significado y las prácticas bíblicas. La interpretación
reformada del cargo se da por sentado, y la declaración sumaria de Calvino de
que todos «los apelativos de obispos, ancianos, pastores y ministros expresan
el mismo significado»1. Dicho en términos actuales, los cargos de pastor y
obispos son idénticos.
PERO LA POSICIÓN EPISCOPAL TIENE UN
FUERTE RESPALDO EN LA LITERATURA PATRÍSTICA.
Muy temprano el cargo de obispo
se ve separado del oficio de anciano o presbítero.
Esto queda claro en Ignacio, que
murió quizá en el 107 d.C., lo que refleja una práctica muy temprana y
contemporánea con algunos líderes apostólicos. En la Epístola de Ignacio a los
Tralianos, escrita desde Esmirna, leemos: «Conviene a cada uno de ustedes, y
sobre todo a los presbíteros, refrescar al obispo, para honor del Padre, de
Jesucristo y de los apóstoles» (cap. XII). Ignacio distingue muy bien los dos
cargos.
En una ocasión declaró: «Por
consiguiente, así como el Señor no hizo nada sin el Padre, estando unido a él,
ni por sí mismo ni por los apóstoles, tampoco ustedes hagan nada sin los
obispos y presbíteros». Esta autoridad del obispo fue una autoridad espiritual:
«Conviene, entonces, no solo ser llamados cristianos, sino serlo en realidad;
como en verdad algunos le dan título a un obispo, pero hacen todas las cosas
sin él».
Los deberes del obispo fueron
bosquejados por Ignacio a Policarpo4. Al rebaño de Policarpo se le dijo:
«Presten atención al obispo, para que Dios también los oiga a ustedes. Mi alma
está con los que se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos, y
¡que mi porción sea con ellos en Dios!».
Es obvio que los cargos de
obispo, presbítero, y diácono en Ignacio son los oficios que conocemos de
pastor, anciano y diácono. Pero hay una seria diferencia en función, tanta que
las funciones modernas episcopales y presbiterianas parecerían ser
desviaciones. Ignacio es de nuevo revelador aquí:
Cuiden que todos ustedes sigan al
obispo, así como Jesucristo sigue al Padre, y al presbiterio así como lo harían
con los apóstoles; y reverencien a los diáconos, porque son la institución de
Dios. Que nadie haga nada relacionado con la iglesia sin el obispo. Que se
considere como adecuada eucaristía la que es (administrada) por el obispo o por
alguien a quien él se la haya confiado.
Dondequiera que el obispo deba
aparecer, que la multitud (del pueblo) también esté; de la misma forma que
dondequiera que Jesucristo esté, allí está la iglesia católica. No es lícito
bautizar ni celebrar una fiesta de amor sin el obispo; pero lo que él apruebe
es agradable a Dios, y así todo lo que se hace puede ser seguro y válido.
CIERTAS COSAS APARECEN CON CLARIDAD EN
ESTO.
Primero, la iglesia entonces no era una
institución, un edificio; era un cuerpo de creyentes que se reunía en alguna casa
y estaba unida en un mundo hostil por su fe común en Jesucristo, que era su Redentor.
Segundo, estas iglesias pequeñas en
hogares estaban esparcidas por todo el imperio, y más allá de sus fronteras.
La iglesia no podía, ni intentó
proveerle a cada pequeña congregación de un pastor u obispo. Por consiguiente,
incluso mientras San Pablo continuaba en sus viajes para mantener una mano
gobernante sobre las iglesias en Corinto, Tesalónica y otras partes, los
sucesores de los apóstoles continuaron haciendo lo mismo.
Como pastores, misioneros o
evangelistas itinerantes, hallaron necesario gobernar estas pequeñas
congregaciones con epístolas y visitas; de aquí las epístolas de Ignacio y
otros. A estos hombres se les llamó obispos; bien podríamos llamarlos pastores
misioneros.
Tercero, estos obispos o pastores
nombraron y ordenaron presbíteros o ancianos en las varias congregaciones locales
para continuar la adoración a Dios y el estudio de las Escrituras en esa
iglesia durante la ausencia del pastor viajero.
Puesto que un pastor u obispo podía
cubrir un territorio más grande o más pequeño, con una sede central, muy a
menudo el presbiterio o presbíteros locales tenían que mantener la iglesia por
su propio liderazgo. Si el pastor estaba en una iglesia grande cercana, y las
congregaciones se reunían en casas esparcidas dentro de la ciudad y los pueblos
aledaños, el contacto sería cercano.
En otros casos, la
correspondencia abundante se volvió una necesidad. En la época del Nuevo
Testamento y en la patrística, las epístolas fueron una herramienta pastoral
básica.
Cuarto, solo el obispo o pastor podía realizar
los servicios de bautismo y comunión, pero podía, como Ignacio declaró, delegar
la administración de los sacramentos a los presbíteros. Luego entonces, los
presbíteros o ancianos podían impartir los sacramentos, pero solo cuando el pastor
u obispo los instruía en ese sentido en vista de su distancia y su confianza en
el presbítero.
El presbítero o anciano, por
tanto, no solo enseñaba, sino que tenían una responsabilidad subordinada
respecto a los sacramentos.
Quinto, el oficio de obispo aquí aparece
muy diferente del concepto sacerdotal de los episcopales.
Podemos añadir que Joseph
Bingham, en sus Antiquities of the Christian
Church [Antigüedades de la
iglesia cristiana], declaró
que los obispos heredaron el cargo apostólico,
y que el título de apóstol «muchos
piensan que ha sido el nombre original
de los obispos, por consiguiente el título obispo era apropiado para su
orden».
Por cierto, Ignacio compara a los
presbíteros o ancianos con los apóstoles: «Todos ustedes sigan al obispo, así
como Jesucristo sigue al Padre, y el presbiterio como a los apóstoles».
¿Debemos llegar a la conclusión que los obispos son como Dios, y los
presbíteros los sucesores de los apóstoles? ¿No es el significado más bien que
lo que se enseña es un principio de obediencia a la autoridad, cuando esa
autoridad es fiel a la autoridad suprema?
A decir verdad, Ireneo en efecto
declaró la sucesión apostólica de los ancianos o presbíteros: «Por lo que
conviene obedecer a los presbíteros que están en la iglesia; los que, como he
demostrado, poseen la sucesión de los apóstoles; los que, junto con la sucesión
del episcopado, han recibido el cierto don de la verdad, según lo que agradó al
Padre».
Esta sucesión Ireneo la definió
como los que enseñaban la fe apostólica, no alguna doctrina esotérica oculta
impartida a «los perfectos». Ireneo estaba en guerra contra los que eran «más
sabios incluso que los apóstoles» y se les oponían los presbíteros y obispos
que estaban en la sucesión apostólica, es decir, que se subordinaban a la
autoridad bíblica.
La autoridad de la fe es
primordial, no la sucesión física; la sucesión apostólica quería decir una
sucesión en la fe de los apóstoles, y establecía una lealtad y subordinación a
esa fe.
Sexto, el propósito de esta supervisión
de los ancianos por parte del obispo o pastor era «que todo lo que se haga
pueda ser seguro y válido». Para proteger a la iglesia contra herejías y
desórdenes, los pastores misioneros u obispos tenían, desde los tiempos del
Nuevo Testamento y en adelante, la responsabilidad de cuidar de todo rebaño
bajo su jurisdicción.
Séptimo, esto quiere decir que la
tradición episcopal ha exaltado erróneamente a un pastor u obispo sobre otros,
en tanto que la tradición presbiteriana ha tendido a degradar el oficio de
presbítero o anciano a una junta en gran parte inactiva o ineficiente. En lugar
de ser gobernada en su acción por el pastor, se sienta a gobernar al pastor.
En lugar de ser un cuerpo
efectivo para el crecimiento de la iglesia que vaya más allá de las capacidades
de extensión del pastor, o para seguir su trabajo con un desarrollo efectivo,
se ha vuelto un cargo votante más
que funcional.
La principal tarea de la mayoría
de los ancianos hoy es votar en una sesión, consistorio o directiva, y en un
presbiterio, clase, sínodo o conferencia general.
¿Se puede restaurar el cargo de
presbítero a su función original? Hay muchos que sostienen que no se puede
hacer, que el hombre moderno es demasiado sofisticado para tolerar algo que no
sea el liderazgo más educado en el seminario y los cultos más atractivos de
adoración, con coro, un hermoso santuario y órgano.
¿Es esto verdad?
En años recientes numerosas
organizaciones han demostrado la vitalidad superior del alcance laico. Dos
ilustraciones bastarán, primera: la
Sociedad John Birch. Esta ilustración se escoge de manera deliberada.
No es nuestro interés, ni tampoco
es relevante, hablar aquí de los pros y contras de esa organización. Es importante
para nuestro propósito que a esta sociedad la hayan criticado, aborrecido y
atacado como lo fue la iglesia primitiva pero a mayor grado, y que sea dirigida
por laicos voluntarios.
Grupos de hombres, mujeres y jóvenes,
normalmente no más de veinte personas, se reúnen regularmente en casas para
seguir un curso de estudio bajo un dirigente. Estos dirigentes por lo general
son hombres sorprendentemente atareados: médicos, dentistas, hombres de
negocios, y otros que tienen una agenda llena, pero que con todo dedican tiempo
a preparar una lección, invitar a amigos y vecinos, y buscan, con la ayuda de
los demás miembros, nuevos miembros. A estos dirigentes de capítulos se les
puede llamar ancianos, dirigidos por coordinadores de zona, que funcionan como
obispos o pastores.
La membrecía total de la sociedad
se desconoce, aunque se calcula que va de 60 000 a 100 000. Sin embargo, hay
una continua renovación de la membrecía , puesto que algunos, después de
estudiar durante un año o dos, dejan la sociedad sin abandonar su filosofía
básica.
Basado en los viajes de este
escritor, el número total de aquellos que han sido influidos por la sociedad en
su breve historia puede sumar cinco millones. Otros movimientos conservadores han
surgido de tiempo en tiempo con más elevado número de seguidores pero menor
impacto.
La clave de la efectividad de la
Sociedad John Birch ha sido un plan de operación que tiene un fuerte parecido a
la iglesia primitiva: tener reuniones, líderes locales «laicos», supervisores
de área u «obispos».
LA SEGUNDA ILUSTRACIÓN ES PERSONAL.
Los estudios bíblicos y
teológicos semanales de este escritor se graban en cinta y circulan por todos
los Estados Unidos de América y a veces más allá de sus fronteras. Algunos de
estos estudios también están apareciendo en forma impresa, como lo atestigua The Foundations of Social Order, Studies in the Creeds and Councils of
the Early Church [Los
fundamentos del orden social:
Estudios de los Credos y Concilios de la Iglesia primitiva] (1968).
Esta obra, considerada por
algunos pastores como demasiado difícil o teológica, todavía circula
fuertemente entre laicos. Lo escuchan los grupos en varios estados en reuniones
en hogares. La situación usual es que un hombre o mujer abre su casa a unos
amigos, brinda refrescos y tiene sesiones semanales de estudio a un público que
crece cada vez más.
Por supuesto, el patrón bíblico
funciona, y es tiempo de que las iglesias lo usen de nuevo. Viviendo como
vivimos en una edad humanista, en que la verdadera iglesia es una minoría
pequeña, necesitamos de nuevo un presbiterio activo y en función.
Se debe notar una segunda
consideración, aparte de la función básica. La iglesia actual ha caído víctima
de la herejía de la democracia. Para muchos laicos, hombres y mujeres, y para
muchos ancianos, la esencia de su obligación cristiana es decir lo que se les
antoje. El pastor u obispo continuamente está amordazado por un impulso
democrático que lo hace mandadero de la congregación.
Las
Constituciones Apostólicas hacen una declaración
interesante aquí: «No es equitativo que tú, oh obispo, que eres la cabeza, te
sometas a la cola, es decir, a alguna persona sediciosa entre los laicos, para
destrucción del otro, sino solo a Dios. Porque es tu privilegio gobernar a los
que están a tu cargo, pero no ser gobernado por ellos.
EN POCAS PALABRAS: LA IGLESIA ES UNA
MONARQUÍA, NO UNA DEMOCRACIA.
Cristo es el Rey, y todos los
cargos derivan su autoridad de él, no del pueblo. El asentimiento y voto del
pueblo es parte de su asentimiento a Cristo.
A menos que el pastor o anciano sea
desobediente al Señor, se le debe obedecer y respetar. Pero no podemos ser
perfeccionistas en nuestras exigencias a los que ocupan cargos. Como la
literatura patrística dice: «Oye a tu obispo, y no te canses de darle todo
honor; sabiendo que, al mostrárselo a él, se lo das a Cristo, y de Cristo se lo
das a Dios; y de aquel a quien se lo ofrece, se requiere mucho más.
Honra, por consiguiente, el trono
de Cristo»14. Se concede que una exageración de esta actitud condujo al
autoritarismo católico romano, pero, ¿no es acaso también una perversión cuando
algunos defensores del presbiterianismo citan su iglesia como cuna de la
democracia? La iglesia de Jesucristo es una monarquía, y el propósito de su
forma representativa del gobierno es fortalecer la preservación de la «derechos
al trono del Rey Jesús».
No los derechos de la gente, sino
los derechos soberanos de Cristo el Señor son los que deben defender los
miembros, diáconos, ancianos, y pastores u obispos.
La sesión, el consistorio, la
directiva de la iglesia no es un foro democrático, sino un cuerpo gobernante
para Cristo. El presbiterio debe examinar a los pastores u obispos en términos
del canon o regla de las Escrituras a fin de preservar el dominio de Cristo. A
menos que los propósitos de la iglesia sean ser una democracia, un examen
similar para el cargo de anciano es una necesidad.
En la Iglesia Presbiteriana
Ortodoxa, Los Estándares requieren
que, en la ordenación o investidura de los ancianos gobernantes, «el ministro
dirá, en el siguiente o lenguaje semejante, la autorización y la naturaleza del
oficio de ministro»:
El oficio del anciano gobernante
se basa sobre la realeza de nuestro Señor Jesucristo, que proporcionó oficiales
a su iglesia que deben gobernar en su nombre.
Es el deber y el privilegio de
los ancianos gobernantes, en el nombre y por la autoridad de nuestro Rey
ascendido, gobernar iglesias particulares, y, como sirvientes de nuestro gran
pastor, cuidar de su pueblo.
La orientación monárquica del
cargo se reitera con claridad, y se necesita recalcarla de nuevo en las
iglesias. Desdichadamente, demasiado a menudo, como en el culto presbiteriano
ortodoxo, el cargo se reconoce formalmente pero en realidad es estéril.
Hemos visto, primero: que el cargo de anciano es
pastoral por su naturaleza, que el anciano en la iglesia;
Primitiva: funcionaba como brazo del pastor u obispo para mantener y
extender el evangelio.
Segundo: hemos notado que este cargo no es
parte de una democracia eclesiástica, sino de una monarquía.
Tercero: el anciano o ancianos son un
tribunal de la iglesia. En este aspecto, mucho se ha hecho por restaurar la
antigua función del anciano, y la disciplina de la iglesia se ha recalcado en
los círculos que se sostienen en doctrinas reformadas.
Es suficiente añadir que por
importante y necesaria que sea esta función judicial, se vuelve una distorsión si
la función pastoral básica se descuida o el anciano se vuelve primordialmente un
juez, y la sesión, consistorio o directiva esencialmente un tribunal. La
función pastoral debe ser primordial en todo momento.
Es, importante reconocer, cuarto: que la tarea esencial del
anciano no es sentarse en una sesión, sino actuar para el avance del evangelio
y el señorío de Cristo.
Volviendo de nuevo a Policarpo,
notemos sus comentarios sobre los deberes de los presbíteros:
Y que los presbíteros sean
compasivos y misericordiosos para con todos, trayendo de regreso a los que se
descarrían, visitando a todos los enfermos, y sin descuidar a la viuda, al
huérfano, y al pobre, pero siempre «procurad lo bueno delante de todos los
hombres»; (Ro 12: 17; 2ª Co 8: 31) absteniéndose de toda ira, acepción de
personas y juicio injusto; manteniéndose lejos de toda codicia, sin acreditar apresuradamente
(un informe de maldad) contra alguno, ni severo en el juicio, como sabiendo que
todos estamos bajo una deuda de pecado. Si entonces suplicamos al Señor que nos
perdone, debemos nosotros mismos perdonar (Mt 6: 12-14); porque estamos ante
los ojos de nuestro señor y Dios, y «todos compareceremos ante el tribunal de
Cristo y cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Ro 14: 10-12; 2ª Co 5:
10).
Sirvámosle entonces en temor, y
con toda reverencia, así como él mismo nos ha ordenado, y como los apóstoles
que nos predicaron el evangelio, y los profetas que nos proclamaron de antemano
la venida del Señor (habiéndonos de manera similar enseñado). Seamos celosos en
la búsqueda de lo que es bueno, absteniéndonos de causas de ofensa, de falsos
hermanos, y de los que en hipocresía llevan el nombre del Señor y descarrían a
los hombres vanos al error.
Es el ministerio del estado ser
un ministerio de justicia, asegurar la ley y el orden y ser un tribunal de
justicia. Es llamamiento de la iglesia ser un ministerio de gracia, proclamar
la obra redentora de Cristo, así que su tarea básica es redentora, no judicial.
Esta también debe ser la orientación básica de todo cargo de la iglesia.
Los pastores y ancianos no son
primordialmente un tribunal, sino un ministerio de gracia que proclama que la
salvación es de nuestro Dios por Jesucristo, y llama a todos los hombres a
someterse a Cristo el Rey. La función judicial muy real de los pastores y
ancianos es preservar la integridad de este, su llamamiento básico, y a las
iglesias a su cargo de corrupción y deserción de su llamamiento.
Gobernar
como anciano
gobernante, pues, quiere decir más que sentarse en una sesión como juez; quiere
decir incluso más extender y mantener el gobierno de Cristo el Rey. Un anciano que
asume liderazgo para establecer escuelas cristianas está de veras cumpliendo
con su deber. Lo mismo se puede decir del anciano que usa su casa como centro
para un grupo de estudio, una pequeña iglesia en el hogar, o como un núcleo de
una nueva congregación.
El anciano fiel también puede ser
el que hace su obligación visitar a los enfermos y necesitados del rebaño de
Cristo, o predicar bajo la supervisión de un pastor en una congregación nueva
que esté batallando, o empezar una nueva obra. Repito: puede asumir
responsabilidades principales en su propia iglesia, a fin de liberar a su
pastor de más trabajo.
O sea, un juez trata solo con los ofensores; un gobernante tiene que ver con toda la vida del pueblo. Los
ancianos son llamados a ser ancianos gobernantes, no ancianos jueces. Esta
distinción es vital, y su abuso paraliza a la iglesia.
Clemente de Alejandría, al citar
la división triple de cargos en obispo, presbítero o anciano, y diácono,
declaró que el verdadero anciano era un verdadero ministro (diácono) de la
voluntad de Dios, si él hace y enseña lo que es del Señor; no es ordenado (o
elegido) por los hombres ni considerado justo debido al presbiterio, sino
nombrado al presbiterato porque es justo.
Y aunque aquí sobre la tierra tal
vez no se le honre como la silla principal, se sentará en los veinticuatro
tronos, juzgando al pueblo, como Juan dice en Apocalipsis.
Porque, en verdad el pacto de
salvación, alcanzándonos desde la fundación del mundo, por diferentes
generaciones y tiempos, es uno, aunque concebido como diferente respecto a los
dones.
Es obvio que este es un oficio
espiritual, y es un oficio gobernante; se vuelve un oficio que juzga cuando las
circunstancias lo requieren. Pero, así como Aarón y Hur sostuvieron los brazos
de Moisés para la victoria sobre Amalec (Éx 17: 10-12),
los presbíteros o ancianos de
nuestro día deben sostener los brazos de sus obispos o pastores hasta la
victoria sobre los poderes de las tinieblas, los Amalec de nuestro día, para
que podamos regocijarnos en que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro
Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap 11: 15).
Una nota final: la debilidad
característica de la iglesia y el estado es gobernar demasiado. La respuesta
del estado a todos los problemas tiende a ser nuevas leyes, y la respuesta de
la iglesia a sus problemas es «disciplina». Tales acciones no pueden reemplazar
la necesidad del carácter ni el crecimiento cristiano.
La iglesia no tiene mejor fuente
de disciplina que la enseñanza sólida y completa, pero encuentra más fácil
reducir las responsabilidades y la libertad de los miembros que proveerles de
los medios para un crecimiento maduro. La mejor disciplina es la palabra de
Dios y la obra del Espíritu Santo; la «disciplina» eclesiástica debe ser un último
recurso, un instrumento necesario, pero subordinado.