LAS PROMESAS DE LA LEY

1. EL USO DE LA LEY

La ley bíblica ha retrocedido en su relevancia en la época actual. El surgimiento del pietismo a fines de la Edad Media, y la profunda infección del protestantismo y la Iglesia Católica Romana con el pietismo ha llevado a una declinación del énfasis en la ley bíblica. El pietismo hace énfasis en la religión «espiritual»; la Ley recalca una religión muy material en todo el sentido de la palabra, pertinente al mundo y prácticamente interesada en los asuntos de todos los días.
La Ley sufrió fuertemente a manos de Martín Lutero. En parte como reacción a la revuelta de los campesinos y a los anabaptistas, Lutero se volvió fuertemente en contra de la Ley, que denunció con ferocidad en un sermón de 1525: «Cómo deben los cristianos considerar a Moisés». Lutero sostenía que la Ley mosaica era obligatoria solo para los judíos y no para los gentiles. «Ya no tenemos a Moisés como gobernador ni legislador». Lutero halló tres cosas en Moisés: «En primer lugar, desecho los mandamientos dados al pueblo de Israel.
Ellos ni me instan ni me obligan. Están muertos y desaparecidos», excepto como ejemplo o precedente. «En segundo lugar, hallo algo en Moisés que yo no tengo por naturaleza; la promesa de Dios en cuanto a Cristo. Esto es lo mejor». Ninguno de estos usos de Moisés tiene nada que ver con la ley, y el tercero menos. «En tercer lugar, leemos a Moisés por los hermosos ejemplos de fe, amor, y de la cruz, como se muestra en los patriarcas:
Adán, Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y el resto». También se nos dan ejemplos de hombres impíos y sus destinos. Pero, «en donde da mandamiento, no debemos seguirlo excepto en lo que él concuerde con la ley natural».
Lutero pavimentó así el camino para el pleno retorno del escolasticismo y de la ley natural, como lo hizo Calvino con sus nociones a veces débiles de la ley bíblica. El primer avivamiento del escolasticismo vino, por lo tanto, en el ámbito protestante de Europa, antes que en el católico.
Kevan, al comentar sobre el origen del antinomianismo, anotó:
El antinomianismo fue el contrario teológico del puritanismo en su doctrina de la Ley de Dios en la experiencia cristiana. Aparte de la aparición temprana en tiempos Del Nuevo Testamento, y en el gnosticismo valentiniano, el surgimiento formal del antinomianismo por lo general ha sido asociado con Juan Agrícola, a veces llamado Islebio, líder activo de la Reforma luterana.
En su búsqueda de un principio efectivo por el cual combatir la doctrina de la salvación por obras, Agrícola negó que el creyente estuviera de alguna manera obligado a cumplir la ley moral. En la disputa con Lutero en Wittenberg (1537), se dice que Agrícola dijo que el hombre se salvaba solo por fe, sin consideración a su carácter moral. Lutero denunció estos conceptos de Agrícola como caricatura del evangelio, pero a pesar de eso, los antinomianos han apelado repetidas veces a los escritos de Lutero y señalado el respaldo de este a sus opiniones. Sin embargo, esto se basa solo en ciertas ambigüedades en las expresiones de Lutero, y a un malentendido general de la enseñanza del Reformador.
Contrario a lo que dice Kevan, las «ambigüedades en las expresiones de Lutero» descansaban en muy serias ambigüedades en el pensamiento del Reformador.
En 1529, Lutero, en el Catecismo Breve, expresó un concepto más sólido de la ley, pero sus breves declaraciones allí no pudieron deshacer el daño de sus ataques más extensos a la Ley. Demasiado a menudo Lutero pensó que la única manera de establecer la doctrina de la justificación por fe era negar las obras y la santificación.
Le escribió el 1º de agosto de 1521 a Melancton: «El pecado no nos puede separar de Dios, aunque cometamos asesinato y fornicación mil veces al día». Con santos como estos, el mundo no necesita pecadores.

SI UN HOMBRE QUIERE UNA RELIGIÓN ESPIRITUAL O MÍSTICA, LA LEY ES SU ENEMIGA.

Si quiere una religión material, una plenamente relevante al mundo y al hombre, la ley bíblica es ineludiblemente necesaria para él. Levítico 26:3-45 recalca la relevancia material de la ley. Esta «gran exhortación» deja en claro que no puede haber una vida material victoriosa para el hombre apartado de la ley.
Esta «gran exhortación» se puede dividir en tres partes. En los vv. 3-13 se declaran las bendiciones materiales de la obediencia a la Ley. Habrá lluvia, buenas cosechas, excelente producción de vino, paz, prosperidad; no habrá bestias salvajes, habrá victoria contra los enemigos, y el favor de Dios y su presencia estarán con ellos.
Este favor era muy grande: «Perseguiréis a vuestros enemigos, y caerán a espada delante de vosotros. Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán a filo de espada delante de vosotros» (Lv 26: 7-8).
En la segunda sección, vv. 14-33, se declara la maldición por la desobediencia a la Ley. La desobediencia lleva a calamidades crecientes: enfermedad, derrota, escasez, terror, sequía, plagas y conquista. La moral nacional será tan mala que «huiréis sin que haya quien os persiga» (Lv 26: 17). Estos castigos culminarán en conquista, canibalismo y dispersión entre las naciones.
La tierra misma desilusionará a un pueblo bajo maldición, al igual que los cielos. El cielo será como hierro (no lluvia), y la tierra como bronce (sin riego y estéril) por la desobediencia (Lv 26: 19).
La tercera sección, vv. 34-45, declara que a la tierra juzgada se le dará su descanso sabático. El pueblo conocerá el terror en el cautiverio. El arrepentimiento, no obstante, conducirá a la restauración.
Primero, la «gran exhortación» se dirige a Israel con claridad. Con igual claridad el Sermón del Monte se dirige a los discípulos, y las epístolas a iglesias en particular, pero esto no limita su aplicación a las personas o a las iglesias particulares a las que se dirige. La Palabra de Dios es una unidad, y es mensaje de Dios para todos los hombres, o no lo es. Negar alguna parte de las Escrituras es en última instancia negarla toda.
Segundo, no podemos creer que Dios no tenga juicios para los hombres y naciones en la era cristiana. Hebreos 12:18-29 deja en claro que el mismo Dios y la misma Ley y juicios se aplican a la iglesia e Israel, y que el hombre y las naciones reciben una sacudida similar, a fin de destruir a todos los que pueden ser sacudidos y dejar solo «el reino de Dios que no puede ser conmovido».
Calvino sostenía que en la era del Antiguo Testamento, «Dios se manifestó más plenamente como Padre y Juez con bendiciones y castigos temporales que desde la promulgación del evangelio». Como evidencia de esto, Calvino declaró:
La tierra no se abre ahora para tragar a los rebeldes; ahora Dios no truena desde el cielo como contra Sodoma; no envía ahora fuego sobre las ciudades perversas como lo hizo en el campamento israelita; no envía serpientes ardientes para inflingir mordeduras mortales; en una palabra, tales instancias manifiestas de castigo no se presentan a diario ante nuestros ojos para hacer que Dios sea terrible para nosotros; y por esta razón, debido a que la voz del evangelio suena mucho más claramente en nuestros oídos, como el toque de una trompeta, se nos llama al tribunal celestial de Cristo.
Eso es un razonamiento tonto y trivial. Los juicios milagrosos no «se presentaban a diario» en la era del Antiguo Testamento; eran pocos y distantes. El breve tiempo del Nuevo Testamento vio también muchos juicios milagrosos: sobre Judas, sobre Jerusalén y Judea, sobre Ananías y Safira, sobre Herodes (Hch 12: 21-23), y sobre muchos otros. También vio liberaciones milagrosas: un ángel liberó a Pedro (Hch 12: 7-10), a Pablo y Silas en Filipos (Hch 16: 25-31), los muchos que fueron sanados por Cristo y los apóstoles, la salvación de Pablo en el naufragio, y cosas por el estilo.
Calvino confundió lo milagroso con la Ley. Aparte de estos milagros, los castigos y las bendiciones de la ley son evidentes en el mundo del Antiguo Testamento, sobre Israel y las naciones, y son evidentes también en la historia cristiana.
Negar la permanencia de la Ley de Dios es caer en el dispensacionalismo y en última instancia en el maniqueísmo. En lugar de un Dios inmutable, se presenta por lo menos a un Dios cambiante, o quizás a dos dioses disímiles. Calvino fue más sabio al declarar:
Puesto que en la ley se establece la diferencia entre el bien y el mal, se da para la regulación de la vida de los hombres, así que bien se le puede llamar la regla para vivir bien y correctamente.
Exactamente. Si Dios creó todas las cosas, todas las cosas se pueden usar de manera apropiada y segura solo según las condiciones de su ley, «una ley para vivir bien y correctamente». La Ley nos da un conjunto de «instrucciones del fabricante» que se pueden descartar solo a riesgo nuestro.
Tercero, debido a que la vida del hombre es una vida material, lo debe gobernar una ley material, una ley que se aplique a su vida. El materialismo de la Ley es casi un aspecto necesario de la misma. La «gran exhortación» es por tanto tan válida hoy como cuando Moisés la dio. Mientras la tierra permanece, la ley permanece.
Los que buscan «liberar» de la ley bíblica al hombre violan una ley establecida en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, en Deuteronomio 25: 4, 1ª Corintios 9: 9, y 1ª Timoteo 5: 18: No se le debe poner bozal al buey que trilla, porque el obrero es digno de su salario. La Ley establece tanto el castigo como la paga del hombre.
Por supuesto, las recompensas y castigos de Dios con mucho deben ser preferibles a las promesas de las naciones o de cualquier ley natural mítica.
Arriba se hizo referencia a Juan Agrícola (1492-1566), el antinomiano. En 1537, Agrícola escribió: «¿Estás sumergido en el pecado? ¿Eres adúltero o ladrón?
Si crees, estás en salvación. Todos los que siguen a Moisés deben irse al diablo; a la horca con Moisés».
El antinomianismo, que ha negado la ley, trae como resultado el misticismo y el pietismo. Al enfrentar un mundo de problemas, no tiene respuesta adecuada.
Para suplir esta falta, el antinomianismo muy pronto se volvió premilenalista; su respuesta a los problemas del mundo fue posponer la solución al «retorno en cualquier momento» de Cristo. El antinomianismo condujo a un intenso interés y expectativa del retorno de Cristo como la única solución a los problemas del mundo, negándole a la Ley de Cristo el status de respuesta. Con razón, uno de los resultados de Juan Darby y los hermanos Plymouth, líderes de este movimiento, fue un hecho triste registrado en 1877 por Steele:
Un puñado de norteamericanos, fragmentos de familias, poseídos por esta interpretación infantil de las Escrituras, están escarbando una existencia en Jerusalén. Han adoptado y se llaman por el nombre de «La colonia Americana». Están decididos a estar a la cabeza de una línea de aspirantes a cargos cuando llegue el nuevo gobierno.

2. LA LEY Y LA EXCLUSIÓN

Una declaración muy importante que es parte de la ley declarada es Deuteronomio 7: 9-15:
Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago. Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas.
Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría.
Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados. Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren.
Primero, aunque esto es parte de la ley del pacto, su aplicación no está restringida a Israel. El pacto abarca a todos los hombres sin excepción. El pacto original fue con Adán; el pacto renovado fue con Noé. Todos los hombres son o guardadores del pacto o quebrantadores del pacto; todos están ineludiblemente ligados al pacto y a sus promesas de amor y odio, bendiciones y maldiciones. Al renovar el pacto, Cristo dejó claro que todos los hombres tenían que ver con este. Según Juan 12:32, 33, el Señor dijo:
Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.
Al convertirse en sacrificio, sacerdote, y renovador divino del pacto de Dios con el hombre, Jesús atraería a todos los hombres a Él; es decir, se convertiría en motivo de condenación y de salvación, de bendiciones y de maldiciones. El pacto y la Ley del pacto, así como el Señor del pacto, juzgan a todo hombre.
Segundo, el Dios del pacto se identifica como «Dios, Dios fiel», que quiere decir, en las palabras de Wright, que «solo Él es soberano Señor, y es veraz y digno de confianza; lo que dijo, lo hará»1. Un aspecto de la confiabilidad de Dios es su celo, su ira, su aborrecimiento y su condenación de los que desprecian su pacto y Ley. Dios promete amor y odio como aspectos de su justicia y fidelidad absoluta.
Tercero, esto quiere decir retribución. Dios promete pagar «a aquellos que le odian, dándoles su merecido. ¡Sin tardanza da su merecido a los que le odian!» (Dt 7: 10, VP). Así que la retribución es un aspecto de la Ley de Dios que los hombres deben aplicar, porque es antes que nada el principio de operación que aplica Dios. A aquellos a quienes ama, a los que obedecen su ley del pacto, los bendice con «fertilidad del vientre, de la tierra, de los rebaños y ganados, y libertad de las notorias malas plagas de Egipto».
Cuarto, Dios afirma sus derechos soberanos. En el versículo 12 se refiere a sus «castigos». Como W. L. Alexander ha destacado: Juicios, es decir, derechos, demandas legítimas. Dios, como Gran Rey, tiene sus derechos, y estos deben tributárselos sus súbditos y siervos.
Keil y Delitzsch interpretaron decretos (en Dt 4: 1) como «derechos, todo lo que era debido a ellos, sea en relación con Dios o con sus semejantes». Sin embargo, la ley de Dios es una afirmación de la justicia y derechos de Dios sobre la humanidad.
En segundo lugar, debido a que el hombre es criatura de Dios, sus únicos derechos verdaderos están en Dios y en la ley de Dios. Es interesante notar que una de las palabras griegas del Nuevo Testamento que se traduce como juicio es krisis, que quiere decir una separación y luego una decisión. La ley y sus penalidades son una declaración de los derechos legítimos de Dios, sus derechos sobre todos los hombres. De aquí su derecho de amar o de aborrecerlos según la reacción de ellos a los derechos de él.
Quinto, como ya se dijo, la fertilidad y la abundancia se prometen a todos los que obedecen la ley del pacto de Dios. En la medida en que incluso un hombre impío respeta la ley de Dios, en esa medida florecerá. Las naciones surgen y caen según esto. La desobediencia, por otro lado, conduce al castigo.
Esto nos lleva a un punto de importancia especial. Ya se dijo anteriormente que el pacto incluye a todos los hombres sin excepción; los que guardan el pacto son bendecidos, y los que quebrantan el pacto son malditos. Esto es evidente en la «exclusión» que precede y sigue a Deuteronomio 7: 9-15; vv. 1-8 y 16-26. A Israel se le llama a que expulse y destruya a los habitantes de la tierra, debido a que su iniquidad había llegado al «colmo» (Gn 15: 16). Todo el punto de la exclusión era que aquellos cananeos eran moralmente ofensivos a Dios (Dt 20: 16-18).
El anatema solo Dios podía decretarlo, no el hombre. Mediante el anatema, Dios declaraba que un pueblo estaba fuera de la Ley y condenado a muerte. El anatema es la inversión de la comunión, y declara el fin de la comunión entre Dios y el hombre; a los pueblos bajo anatema se les castiga con la muerte.
La comunión y la comunidad pueden existir donde haya fuertes diferencias personales y enemistad. Van der Leeuw cita un buen ejemplo de esto:
Hoy el mejor ejemplo sigue siendo el campesino, que no tiene «sentimientos» sino que sencillamente pertenece a su comunidad, ¡en contraste con el citoyen inventado en el siglo XVIII! Incluso los campesinos que pelean o entablan pleitos judiciales siguen siendo vecinos y hermanos; un campesino en los Países Bajos Orientales que tiene un enemigo mortal en el pueblo sabe que en los días de mercado está obligado a saludar a su enemigo y caminar de aquí para allá con él una vez, cuando la comunidad del campesino de todo el distrito se reúna en el pueblo rural, demostrando así a los ojos de los «extraños» la comunión del pueblo ad oculos.
La cuestión en una costumbre así es esta: el desacuerdo existe, los pleitos están en proceso, pero tales diferencias son parte de la vida en una comunidad y una forma de la comunidad. De igual forma, las diferencias son ineludibles en todo matrimonio; entre personas piadosas, las diferencias sirven para aumentar los aspectos de comunión y acuerdo al sacar los problemas a la superficie para resolverlos.

UNA COMUNIDAD REQUIERE DISENSIÓN Y DESACUERDO A FIN DE TENER PROGRESO.

El anatema más bien quiere decir el fin de la comunidad; indica una situación más allá del desacuerdo; quiere decir que la maldición ha cundido.
La relación de comunidad y desacuerdo lo ilustra bien un incidente en una pequeña región agrícola de California en 1970. Una mujer notoria por sus costumbres camorristas y discutidoras trató de empezar una gran discusión con la Sra. E. S., a quien había visto solamente una vez antes. La Sra. S., con estupenda lógica y sabiduría femenina, se alejó de ella, tras decirle: «¡No se ponga a pelear conmigo!
¡Yo no la conozco tan bien!». La otra entendió bien; no había comunidad para nada entre ellas, y por consiguiente no había absolutamente ninguna base para comunicaciones ni desacuerdos.
El anatema es más que ausencia de comunidad; es más bien el fin de toda comunidad, de todo posible acuerdo o desacuerdo. La costumbre judía de darle la «extrema unción» a un miembro de la familia que ha transgredido más allá de cierto límite es muy sólida; la persona queda excluida.
Cuando la exclusión es firme, la maldición impera.
En la maldición, el hombre invoca a Dios para que juzgue a un hombre o pueblos que considera más allá de comunión, cuyos pecados requieren castigo total. Dios no oirá una maldición inmerecida, como en el caso de Balaam (Dt 23: 5), sino que la convertirá en bendición. La maldición sin causa no logra nada (Pr 26: 2). Cuando Dios pronuncia las maldiciones que aparecen en la ley y en el epílogo de la ley sobre la desobediencia, está colocando a tales personas bajo anatema.
La ley nos prohíbe maldecir a ciertas personas. Se nos prohíbe, en Éxodo 22: 28, maldecir a los gobernantes o «los dioses» o jueces, o maldecir a los padres (Éx 21: 17), y a los sordos (Lv 19: 14). Esto no quiere decir que la alternativa sea la obediencia servil, pero sí se nos prohíbe maldecir a las autoridades superiores o a los desvalidos. Dios mismo pronuncia maldiciones sobre las autoridades impías.
El hecho del anatema y de las maldiciones deja en claro que el alcance de la Ley está más allá del ámbito de Israel o de la Iglesia. Dios, como Creador de todos los hombres, quiere que su ley gobierne a todos los hombres. Todos los hombres son, pues, dignos de castigo y muerte por su desobediencia a la ley de Dios.
El Talmud, al tratar de las leyes agrarias, insistía en que Dios era el dueño de la tierra. Debido al señorío y soberanía totales de Dios, la tierra, incluso en manos de paganos, está bajo la jurisdicción de Dios. Según el Talmud, bajo la ley el pagano debe rendir cuentas a Dios por el cuidado de la tierra, y pagar el diezmo.
Es costumbre que muchos «cristianos» expresen su desprecio por el Talmud; a pesar de sus muchas vaguedades, en este punto y en otras partes el Talmud daba mejor reconocimiento práctico a la soberanía de Dios que Lutero, Calvino y muchos otros. Lutero, como negaba la ley de Dios, empujó su hostilidad al punto de negar todo lo que estaba asociado con ella, incluyendo a los judíos y el Talmud.
Por haber negado la ley de Dios, el luteranismo tuvo que negar la victoria prometida por esa ley. En consonancia, la Confesión de Augsburgo, Artículo XVII, en el último párrafo, declara lo siguiente de las iglesias luteranas:
Condenan también a otros que ahora esparcen opiniones judías que, antes de la resurrección de los muertos, los santos ocuparán los reinos del mundo, y los malos serán suprimidos en todas partes (solo los santos, los piadosos, tendrán los reinos del mundo, y exterminarán a todos los impíos).

EL MOVIMIENTO DE LA IGLESIA ASÍ TRAZADO ES DE LA VICTORIA A LA DERROTA.

Lutero mismo empezó con victoria y acabó en derrota, como hombre autotorturado, plagado de culpa y orgullo. El que había sido la esperanza del pobre cristiano había sido denunciado por ellos como Herr Luder, Sr. Mentiroso, señuelo, pillo de la ley, o carroña. Lutero podía con todo derecho argumentar que la suya no era una teología de revolución social, pero había levantado falsas esperanzas entre los campesinos. «Sola Scriptura» era su estándar; solo la palabra de Dios.
Esto para el pueblo quería decir no solo justificación por fe sino también la ley soberana de Dios. A esa ley apelaban ellos, y Lutero renunció a la ley de Dios a favor de la ley estatista.
Melancton no traicionó a Lutero cuando «construyó una nueva doctrina de ley natural basada en Aristóteles y teología bíblica que en muchos aspectos es idéntica a la de Santo Tomás. La similitud con el tomismo no fue accidental».
Como había denunciado la ley de Dios, la única alternativa era el tomismo y la ley natural. La Reforma por lo tanto nació muerta.
El luteranismo ha mantenido la norma de «Sola Scriptura», pero ha negado la validez de la ley de Dios. Ha desalentado, más que cualquier otra iglesia, el interés en el libro de Apocalipsis, puesto que este libro declara muy enfáticamente la total relevancia de Dios y su ley en este mundo. Si la gente leyera mucho el Apocalipsis, podría surgir una crisis de fe.
Calvino también hizo posible el renacimiento de la ley natural por sus nociones laxas de la ley de Dios. Los puritanos por un tiempo salvaron el calvinismo de sí mismo por su énfasis en la ley bíblica, solo para sucumbir ellos mismos al clima intelectual del neoplatonismo y también a la seducción de la ley natural.
La Reforma en general se movió de victoria a derrota, de relevancia a irrelevancia, de un reto al mundo a una rendición al mundo o a una retirada de él sin sentido. Roma, Ginebra, Wittenberg y Canterbury se retiraron también al pietismo inefectivo.
¡Todos eran del mundo, pero no estaban en el mundo!
Abandonar la ley es abandonar la bendición y victoria que la ley confiere a los que son obedientes. Las naciones paganas que rechazan a Dios, pero de todas formas son obedientes a algunas de sus leyes, mantienen un verdadero orden familiar, observan las leyes respecto al asesinato, el robo y el falso testimonio, y también respetan las leyes respecto al uso de la tierra.
Tales naciones prosperan y florecen en la medida de su obediencia. Grandes naciones han surgido como resultado de la disciplina de la ley y han caído al abandonarla.
Si abandonar la ley es abandonar la victoria y bendición, y guardar la ley es prosperar y florecer, y si esto es válido para las naciones paganas, ¿cuánto mucho más para los santos? Si un pueblo reconoce a Jesucristo como Señor y Rey y obedece su ley soberana, sus bendiciones y victorias serán mucho mayores, así como en iniquidad e incredulidad su condenación superará todas las demás.

3. LA MALDICIÓN Y LA BENDICIÓN

En Deuteronomio 27 y 28 tenemos otra importante noción de las implicaciones de la ley. Estos capítulos nos dan las maldiciones y bendiciones asociadas con ella.
Maldición, exclusión y anatema son básicamente los mismos conceptos. Lo que está bajo maldición, exclusión o anatema está dedicado o consagrado, o sea, entregado a destrucción por exigencia de Dios. En la iglesia, el concepto de maldición, exclusión o anatema aparece como excomunión.
Según Harper, el propósito bíblico de la exclusión siempre es ético, y su propósito era «preservar la religión cuando corría grave peligro».
La exclusión, maldición o anatema no desaparece de una sociedad cuando esta abandona la fe bíblica. La exclusión solo se transfiere a un nuevo aspecto de la vida. Así, escribiendo a principios del siglo 20, Harper señaló:
Aunque la iglesia del Nuevo Testamento es la portadora de los más altos intereses de la Humanidad, se nos enseña que cuando tiene menos definida su dirección como para conducir, cuando es más tolerante de las prácticas del mundo, es más fiel a su concepción original. Se nos dice que una Iglesia indulgente es lo que se quiere; el rigor y la religión ahora se tienen como finalmente divorciados de todas las mentes iluminadas.
Esta noción no se expresa a menudo de manera categórica, pero subyace en toda la religión de moda, y tiene sus apóstoles en la juventud dorada que promueve el iluminismo jugando tenis los domingos. También debido a eso, puritano se ha vuelto un término de desdén, y la autocomplacencia se ha vuelto una marca del cristianismo cultivado.
No solo el ascetismo, sino la askesis se han desacreditado, y el tono moral de la sociedad en consecuencia ha caído de una manera perceptible. En amplios círculos dentro y fuera de la iglesia parece que se piensa que el dolor es el único mal intolerable, y en la legislación y en la literatura esa idea se ha ido estableciendo.
Harper tenía razón. A principios del siglo 20, el dolor estaba condenado al destierro por la sociedad humanista. Ahora, la guerra, la pobreza, la discriminación con respecto a raza, color o credo, o a los cristianos ortodoxos cada vez más se los coloca bajo una exclusión y son blancos de legislación.
Ninguna sociedad puede escapar de tener una exclusión; la pregunta importante es, ¿qué se debe excluir?
Según Deuteronomio 27: 15-26, son las violaciones de la ley de Dios (no la ley del estado ni de la iglesia) las que ponen a los hombres bajo la exclusión o maldición.
Se pronuncian doce maldiciones, igual al número de las tribus de Israel, para indicar totalidad. Estas doce maldiciones son:
1. Contra los quebrantamientos secretos del segundo mandamiento (Éx 20: 4), v. 15;
2. Contra el desprecio o falta del debido respeto a los padres (Éx 20: 17), v. 16;
3. Contra todos los que remueven los hitos de marca del prójimo (Dt 19: 14), v. 17;
4. Contra los que hagan tropezar al ciego (Lv 19: 14), v. 18;
5. Contra todo los que perviertan la justicia debida a los extranjeros, a las viudas y a los huérfanos (Dt 24: 17), v. 19;
6. Contra el incesto con una madrastra (Dt 23: 1; Lv 18: 8), v. 20;
7. Contra el bestialismo (Lv 18: 23), v. 21;
8. Contra el incesto con una hermana o media hermana (Lv 18: 9), v. 22;
9. Contra el incesto con una suegra (Lv 18:8), v. 23;
10. Contra el asesinato (Éx 20:13; Nm 35:17ss.), v. 24;
11. Contra cualquiera que acepte soborno bien sea para matar a un hombre de frente o producir su muerte por falso testimonio (Éx 23: 7, 8), v. 25;
12. Contra cualquier hombre que no ponga la Ley en efecto, y que no haga de la ley el modelo y norma de su vida y conducta.
De esta última maldición, que se aplica a toda rama de la ley, evidentemente se deduce que los diferentes pecados y transgresiones ya mencionados se seleccionaron solo a manera de ejemplo, y en su mayor parte eran tales que se podrían fácilmente esconder de las autoridades judiciales.
Al mismo tiempo, «el oficio de la ley se muestra en esta última expresión, el sumario de todo el resto, para haber sido preeminentemente para proclamar condenación. Todo acto consciente de transgresión sujeta al pecador a la maldición de Dios, de la cual nadie, sino Aquel que se ha vuelto maldición por nosotros, puede librarnos» (Gá 3: 10, 13, O. v. Gerlach).
El principio y la base de las bendiciones y maldiciones es muy claramente la ley (Dt 28: 1, 15). Las maldiciones precedentes especifican pecados particulares de un carácter depravado, pecados que son actos de maldad. La doceava maldición, sin embargo, incluye toda ley de Dios y por consiguiente no concede ningún escape de la maldición excepto la obediencia.
Deuteronomio 28, especialmente los vv. 1-26, nos da una imponente declaración de bendiciones y maldiciones.

DOS HECHOS MUY OBVIOS E IMPORTANTES SON EVIDENTES.

Primero, estas bendiciones o bienaventuranzas prometen vida, prosperidad y éxito a los que obedecen la ley de Dios. Kline tiene razón al decir: Israel, si es fiel al juramento del pacto, saldrá victorioso en todo encuentro militar y comercial con otras naciones. Dentro del reino habrá abundancia de la bondad de la tierra. Canaán será un paraíso verificable, y fluirá leche y miel. Lo que es muy importante, Israel prosperará en su relación con su Señor del pacto. Este es el secreto de toda bienaventuranza, porque su favor es vida.
La obediencia a la ley es un acto de fe de que Dios es fiel y le dará a su pueblo vida abundante y una tierra bondadosa. David afirmó la fe de todas las Escrituras al declarar:
Porque los malignos serán destruidos, Pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra.
Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí.
Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz (Sal 37: 9-11).
Las palabras de David no se pueden entender separadas de Deuteronomio 28, ni tampoco la bienaventuranza de Cristo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mt 5: 5). A los mansos, los amansados de Dios que le obedecen, literalmente se les promete la tierra por su obediencia. Son bienaventurados en la ciudad y en el campo, en el fruto de su vientre y en el fruto del campo, en la canasta y en la bodega, y en todo.
La promesa es que «comerán los humildes, y serán saciados» (Sal 22: 26). «Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera» (Sal 25: 9), es decir, Él los guiará en justicia y les enseñará el camino de la vida. La ley es, pues, muy claramente el camino a una vida rica en la tierra. No hay promesa de ninguna prosperidad aparte de la ley.

LA OBEDIENCIA DE LA FE ES LA LEY.

Segundo, con respecto a las maldiciones, «el destierro de la heredad prometida era la maldición extrema»6. Así como la ley abre la vida y la tierra, la iniquidad abre maldiciones, derrotas y finalmente muerte. La mayor parte del capítulo se dedica a una especificación precisa de las consecuencias de la maldición.
Fue la maldición sobre la iniquidad, cuando Adán y Eva negaron a Dios como el principio de vida y ley, como su Soberano, que condujo a su expulsión del paraíso.
Ha sido la misma maldición sobre la iniquidad que, edad tras edad, ha condenado al hombre a frustración, derrota y muerte. Negar a Dios es negar su ley y soberanía, o a la inversa, negar la ley y soberanía de Dios es negar a Dios. Afirmar la ley de Dios es aceptar su soberanía y señorío. La fe y la ley son inseparables, porque «la fe sin obras es muerta» (Stg 2: 20).
Es más: «a las bendiciones se las representa como poderes verdaderos que siguen los pasos de la nación, y la impregnan». Las Escrituras no solo enseñan una doctrina de gracia soberana e irresistible, sino que también enseñan una doctrina de bendiciones y maldiciones soberanas e irresistibles según la obediencia o desobediencia a la ley de Dios. Este es el significado ineludible de Deuteronomio 28.
Deuteronomio 28: 2 nos dice que «vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios». En el versículo 15 se nos dice que «vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán». En ambos casos se declara una consecuencia irresistible.
El hombre no está en libertad, no obstante, de escoger la consecuencia. No puede declarar que, debido a que merece ser bendecido, escoge ser bendecido con dinero, una nueva esposa o cuatro hijos. De modo similar, el hombre no puede escoger su castigo. El mundo de maldiciones y bendiciones no es una feria de variedades donde el hombre puede ejercer su decisión libre y escoger a su gusto. En todo momento Dios es soberano, y «Él nos elegirá nuestras heredades» (Sal 47: 4).
La historia de esa maldición irresistible empezó con la caída y continúa hasta hoy. Las bendiciones irresistibles empezaron en Edén, y durante toda la historia han estado en efecto dondequiera que la obediencia ha prevalecido. Con sus bienaventuranzas, Jesucristo confirmó Deuteronomio 28 y se dio a conocer como el Legislador.
Esto fue lo que percibieron sus oyentes, porque «la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mt 7: 28-29). Los escribas interpretaban la ley; Jesucristo declaraba la ley como su forjador. Como forjador de la ley, sus palabras eran una revelación de la ley. Por consiguiente, las maldiciones y las bendiciones de la ley dependían de oír y obedecer sus «palabras» (Mt 7: 24-27).

EL HOMBRE QUIERE Y NECESITA UN MUNDO DE MALDICIONES Y BENDICIONES.

Todo en su naturaleza, debido a que Dios lo creó, exige un mundo de consecuencias y causalidad. Sin embargo, debido a que el hombre ha caído y está en rebelión contra Dios, quiere que estas maldiciones y bendiciones se cumplan en sus términos, según sus necesidades y su concepto de justicia.
No hace muchos años este escritor tuvo una breve experiencia con unos apostadores en Nevada. Aunque eran por lo general hombres mal hablados, a veces oraban, y la tomaban contra Dios cuando sus oraciones no eran contestadas de acuerdo al deseo de su corazón. A veces, al apostar con desesperación, oraban por un éxito sensacional, prometiéndole a Dios que una porción sustancial de sus ganancias iría al sacerdote, ministro o iglesia.
Un hombre incluso prometió pagarle a su madre algún dinero que le había debido por mucho tiempo. De alguna manera, debido a sus declaraciones «nobles», suponían que Dios como su «socio» debía bendecirlos, y el que Dios no los bendijera era evidencia del fraude de la religión. En tales casos, los hombres establecen las condiciones, reglas y leyes de la bendición y luego esperan que Dios se avenga.
Puesto que este tipo de regateo es blasfemo, solo puede merecer castigo, no bendición.
Una empresa fraudulenta no se convierte en buena nombrando a Dios como socio. El hombre no puede quebrantar la ley de Dios sin ser quebrantado.
Examine de nuevo las bendiciones. Un hombre no está exento de las maldiciones de la ley porque haya evadido los primeros once delitos secretos. La maldición se aplica a todos los que no ponen en efecto toda la ley de Dios. Cuando Dios nos detiene por violar su ley, no podemos allí argüir que no cometimos incesto, ni bestialismo.
Se nos da una ley total, y la declaración es: «Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas» (Dt 27: 26). Hay muchos aspectos de la ley que incluso los peores hombres aprueban. En las sociedades de las prisiones, los asesinos desprecian a los violadores, los ladrones desprecian a los asesinos, y así por el estilo.
Todo criminal quiere todo un mundo de ley y orden excepto en su aspecto personal de exención. Algunos criminales son orgullosamente santurrones en sus aspectos de obediencia. Ningún ladrón queda exento de la prisión porque no sea un asesino, ni tampoco ningún asesino queda exento debido a que no haya cometido violación.
De modo similar, somos responsables ante Dios por la totalidad de la Ley, y no podemos pedir que se nos exima de la maldición si hemos guardado el noventa y nueve por ciento de esta y después tratamos el otro uno por ciento con total descuido o desprecio. Repetidas veces Dios ha colocado a religiosos moralistas bajo su maldición por este tipo de razonamiento. «Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos» (Stg 2: 10).

4. EL UNIVERSO DE RESPONSABILIDAD ILIMITADA

Una compañía de responsabilidad limitada es aquella en que la responsabilidad de cada accionista está limitada a la cantidad de sus acciones, o a una cantidad fija por una garantía llamaba «limitada por garantía». El propósito de las leyes de responsabilidad limitada es limitar la responsabilidad.
Aunque el propósito ostensible es proteger a los accionistas, el efecto práctico es limitar su responsabilidad y por consiguiente fomentar la imprudencia en las inversiones. Una economía de responsabilidad limitada es socialista. Al tratar de proteger a las personas, una economía de responsabilidad limitada transfiere la responsabilidad de la gente al estado, en donde la «planificación» supuestamente elimina la responsabilidad.
La responsabilidad limitada anima a la gente a correr riesgos de manera limitada, y a pecar económicamente sin pagar el precio. Las leyes de responsabilidad limitada descansan en la falacia de que no hay que pagar por los pecados económicos. En realidad, el pago se transfiere a otros. Las leyes de responsabilidad limitada fueron impopulares en épocas cristianas anteriores, pero han florecido en el mundo darwiniano. Descansan en importantes presuposiciones religiosas.
En una declaración muy pertinente a su exposición, C. S. Lewis describió su preferencia, antes de su conversión, por un universo materialista, ateo. Las ventajas de tal mundo son las demandas muy limitadas que le impone al hombre.
Para un cobarde así el universo materialista tiene la enorme atracción de que le ofrece a uno responsabilidades limitadas. Ningún desastre estrictamente infinito jamás podría atraparlo a uno. La muerte lo termina todo. E incluso si los desastres finitos demostraran ser más grandes de lo que uno desea aguantar, el suicidio siempre es posible.
El horror del universo cristiano era que no tenía ninguna puerta rotulada Salida. Pero, por supuesto, lo que importaba más que nada era mi profundamente acendrado aborrecimiento de toda autoridad, mi monstruoso individualismo, mi iniquidad. Ninguna palabra en mi vocabulario expresaba un odio más hondo que la palabra Interferencia.
Pero el cristianismo puso en el centro lo que me parecía un Metementodo trascendental. Si su cuadro fuera verdad, ningún tipo de «tratado con la realidad» podía jamás ser posible. No había región ni siquiera en lo más íntimo y profundo de mi alma (no, allí menos que en cualquier parte) que uno pudiera rodear con una cerca de alambre de púas y guardar con un letrero que dijera prohibido el paso. Y eso es lo que yo quería; algún área, por pequeña que fuera, en la cual yo pudiera decirle a todos los demás seres: «Esto es asunto mío y solo mío».
Este es un excelente sumario del asunto. El ateo quiere un universo de responsabilidad limitada, y procura producir un orden político y económico de responsabilidad limitada. Mientras más socialista se vuelve, más exige de su orden social una ventaja máxima y una responsabilidad limitada, una imposibilidad.
Las maldiciones y bendiciones de la ley recalcan la responsabilidad ilimitada del hombre en cuanto a maldiciones o bendiciones como resultado de la desobediencia u obediencia a la ley. En Deuteronomio 28:2, 15 se nos dice que las maldiciones y bendiciones vienen sobre nosotros y nos «alcanzarán». El hombre no puede eludir el mundo de las consecuencias divinas. En todo momento y en todo lugar el hombre está rodeado, alcanzado y poseído totalmente por la responsabilidad ilimitada del universo de Dios.
El hombre trata de escapar de esa responsabilidad ilimitada mediante una negación del Dios verdadero o por una pseudoaceptación que niegue el significado de Dios. En el ateísmo, la actitud del hombre la resume bien el poema «Invicto», de William Ernest Henley. Henley fanfarroneaba de su «alma inconquistable» y declaró:
Soy de mi destino el amo; Soy de mi alma el capitán.
Claro, el poema ha sido muy popular entre adolescentes inmaduros y rebeldes.
La pseudoaceptación común al misticismo, al pietismo y a los pseudoevangélicos aduce haber «aceptado a Cristo» mientras que niega su ley. Un universitario, muy dado a evangelizar a todo el que se ponía su alcance, no solo negó la ley como artículo de su fe, al hablar con este escritor, sino que fue más allá.
Cuando se le preguntó si aprobaría que unos jóvenes y muchachas trabajaran en una casa de prostitución como prostitutas y proxenetas para convertir a los residentes, no negó esto como posibilidad válida. Pasó a afirmar que muchos de sus amigos estaban convirtiendo a las jóvenes y a los clientes en masa invadiendo esas casas para evangelizar a todos los presentes.
También reclamó la conversión en masa de homosexuales, pero no pudo citar ni un solo homosexual que hubiera dejado la práctica después de su conversión; ni ninguna prostituta o sus clientes que hubieran dejado las casas con sus «evangelizadores». Tal «evangelización» ilícita no es más que blasfemia.
En el llamado «Gran Avivamiento» en la Nueva Inglaterra colonial, el antinomianismo, el milenarismo y el falso perfeccionismo iban mano a mano. Muchos de estos «santos» abandonaron su matrimonio para optar por relaciones adúlteras, negaron la ley, y pretendieron perfección e inmortalidad inmediatas.
Lo que tal avivamiento y pietismo auspicia es un universo de responsabilidad limitada a nombre de Dios. Es, pues, ateísmo bajo el estandarte de Cristo. Reclama libertad de la soberanía de Dios y niega la predestinación. Niega la ley, y niega la validez de las maldiciones y bendiciones de la ley.
Tal religión se interesa solo en lo que puede obtener de Dios; de aquí, que se afirma la «gracia», y «amor», pero no la ley ni el poder y decreto soberano de Dios. Pero la religión de cafetería es solamente humanismo, porque afirma el derecho del hombre a escoger y seleccionar lo que quiere; como supremo árbitro de su destino, se hace al hombre capitán de su alma, con la ayuda de Dios. El pietismo, de este modo, ofrece una religión de responsabilidad limitada, no una fe bíblica.
Según Heer, el místico medieval Eckhart le dio al alma «una majestad soberana junto con Dios. El próximo paso lo dio un discípulo, Johannes de Star Alley, que preguntó si la palabra del alma no era tan poderosa como la palabra del Padre Celestial». En tal fe, el nuevo soberano es el hombre, y la responsabilidad ilimitada está en proceso de ser transferida a Dios.
En términos de la doctrina bíblica de Dios, no hay responsabilidades en lo absoluto incluidas en la persona y obra de la Deidad. El decreto eterno de Dios y su poder soberano gobiernan totalmente y abarcan toda la realidad, que es su creación.
Debido a que el hombre es una criatura, el hombre enfrenta responsabilidad ilimitada; sus pecados tienen consecuencias temporales y eternas, y no puede en ningún punto escaparse de Dios. Van Till ha resumido poderosamente el asunto:
El punto principal es que si el hombre pudiera buscar en algún otro sitio y no verse confrontado con la revelación de Dios, no podría pecar en el sentido bíblico del término. Pecar es quebrantar la ley de Dios. Dios confronta al hombre en todas partes. No puede, por la naturaleza del caso, confrontar al hombre en una parte si no lo confronta en todas partes. Dios es uno; la ley es una.
Si el hombre pudiera oprimir un botón del radio de su experiencia y no oír la voz de Dios, siempre oprimiría ese botón y nunca los demás. Pero el hombre no puede ni siquiera oprimir el botón de su propia conciencia sin oír la exigencia de Dios.
Pero el hombre quiere revertir esta situación. Que Dios sea el responsable, si no concede la petición del hombre. Que el hombre declare que su propia experiencia lo pronuncia salvado, y después puede seguir con su homosexualidad o trabajo en una casa de prostitución, y sin ninguna responsabilidad.
Después de haber pronunciado la fórmula mágica, «Acepto a Jesucristo como mi Señor y Salvador», el hombre transfiere casi toda la responsabilidad a Cristo y puede pecar con una responsabilidad muy limitada a lo sumo. No se puede aceptar a Cristo si se niega su soberanía, su ley y sus palabras. Negar la ley es aceptar una religión de obras, porque quiere decir negar la soberanía de Dios, y dar por sentada la existencia del hombre en independencia de la ley y del gobierno absoluto de Dios.
En un mundo donde Dios funciona solo para quitarle la responsabilidad del infierno, y ninguna ley gobierna al hombre, este se abre su propio camino por la vida mediante su propia conciencia.
En tal mundo, el hombre se salva por su propia obra de fe, la de aceptar a Cristo, no por el hecho de que Cristo lo acepte a él. Cristo dijo: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15: 16). El pietista insiste en que él ha escogido a Cristo; es su obra, no la de Cristo.
Cristo, en semejante fe, sirve como agente de seguros, como garantía contra la responsabilidad, no como Señor soberano. Eso es paganismo en nombre de Cristo.

EN EL PAGANISMO, EL ADORADOR NO EXISTÍA.

El hombre no adoraba a las deidades paganas, ni tampoco rendía cultos de adoración. El templo estaba abierto todos los días como lugar de negocios. El pagano entraba el templo y compraba la protección de un dios mediante una ofrenda o regalo. Si el dios le fallaba, de allí en adelante buscaba los servicios de otro.
La búsqueda pagana era por un seguro, por responsabilidad limitada y bendiciones ilimitadas, y, como creyente soberano, iba de compras buscando al dios que más ofreciera. La religión pagana era, por tanto, una transacción, y, como toda transacción comercial, no había nada seguro. Los dioses no siempre podían cumplir, pero el hombre esperaba que, de alguna manera, sus responsabilidades fueran limitadas.
El «testimonio» del pietismo, con su «vida victoriosa», es algo así como una religión de responsabilidad limitada. Un «testimonio» común es: «Gracias al Señor, desde que acepté a Cristo, todos mis problemas se acabaron». El testimonio de Job en su sufrimiento fue: «Aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13: 15).
San Pablo recitó el largo y horrible relato de su sufrimiento después de aceptar a Cristo; en cárceles, azotes, naufragios, lapidaciones, traiciones, «en hambre y sed, en frío y en desnudez» (2ª Co 11: 23-27). La de Pablo no era una religión de responsabilidad limitada, ni quedó libre de todo problema debido a su fe.
El mundo es un campo de batalla, y hay víctimas y heridos en la batalla, pero la batalla es del Señor y su fin es la victoria. Intentar escapar de la batalla es huir de la responsabilidad de la guerra contra hombres pecadores a una batalla contra un Dios enojado. Enfrentar la batalla es sufrir las penas de la ira del hombre y las bendiciones de la gracia y la ley de Dios.
Separados de Jesucristo, los hombres están judicialmente muertos, o sea, bajo una sentencia de muerte ante Dios, por morales que sean sus obras. Con la regeneración, el principio de la vida verdadera, el hombre no deja de estar con responsabilidad ilimitada bajo Dios. Más bien, con la regeneración, el hombre sale del mundo de responsabilidad ilimitada bajo maldición, al mundo de responsabilidad ilimitada las bendiciones bajo Dios.
El mundo y el hombre quedaron bajo maldición cuando Adán y Eva pecaron, pero, en Jesucristo, el hombre es bendecido, y el mundo es progresivamente recuperado y redimido por Él. En cualquier caso, el mundo está bajo la ley de Dios. Las bendiciones y las maldiciones son inseparables de la ley de Dios y son solo diferentes relaciones con el mismo. El mundo de los hombres regenerados es el mundo de la ley.
Los hombres ineludiblemente viven en un mundo de responsabilidad ilimitada, pero con una diferencia. El que quebranta el pacto, en guerra con Dios y no regenerado, tiene responsabilidad ilimitada bajo maldición. El infierno es la declaración final de esa responsabilidad ilimitada. Las objeciones al infierno, y los esfuerzos por reducirlo a un lugar de prueba o corrección se basan en un rechazo de la responsabilidad ilimitada.
Pero el no regenerado tiene, según las Escrituras, una responsabilidad ilimitada por el juicio y la maldición. Por otro lado, el regenerado, que anda en obediencia a Jesucristo, su cabeza del pacto, tiene una responsabilidad limitada en cuanto al juicio y la maldición. La responsabilidad ilimitada de la ira de Dios fue asumida para los elegidos por Jesucristo en la cruz.
El hombre regenerado es juzgado por sus transgresiones de la ley de Dios, pero su responsabilidad aquí es limitada, en tanto que su responsabilidad por las bendiciones en esta vida y en el cielo es ilimitada. El que no ha sido regenerado puede tener la experiencia de una medida limitada de bendiciones en esta vida, y ninguna en el mundo venidero; tienen en el mejor de los casos una responsabilidad limitada por la bendición.
El hombre, pues, no puede escapar de un universo de responsabilidad ilimitada. La pregunta importante es esta: ¿en qué está expuesto a una responsabilidad ilimitada, a una responsabilidad ilimitada en maldición debido a su separación de Dios, o a una responsabilidad ilimitada en bendición debido a su fe, en unión, y obediencia a Jesucristo?

LA LEY EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

1. DIOS EL REY

La palabra hebrea que se traduce «Ley» es Tora, que quiere decir «un señalar, una orientación, una orientación autoritativa» del Señor. Desde el mismo principio de la relación de Israel con Dios, hubo por necesidad una ley, una orientación autoritativa.
Previamente, la orientación autoritativa se le había dado a Adán, al linaje de Set, a Noé y sus descendientes, a Abraham y sus herederos, así como también a otros hombres (como lo atestiguan Melquisedec y Job). Es imposible que exista una relación con Dios sin ley.
Como el modernista carece de una fe en el Dios soberano, no puede aceptar la existencia de una ley desde el principio. Debe plantear más bien una evolución en la conciencia propia del hombre y un desarrollo de la ley según la experiencia del hombre con la realidad. Como resultado, el modernista ve la ley como una codificación tardía de la experiencia nacional de Israel. S. R. Driver, en su obra muy influyente, An Introduction to the Literature of the Old Testament [Introducción a la literatura del Antiguo Testamento] (1897), asumió una posición evolucionista y no hizo ningún esfuerzo por probar su tesis; la fe del día estaba con él.
La misma posición fue dada en una importante repetición de Robert H. Pfeiffer, en su Introduction to the Old Testament [Introducción al Antiguo Testamento] (1941). La premisa básica de tales críticos es una ideología humanista evolucionista y filosófica.
No sorprende que con Darwin esa fe cobrara existencia propia. El comentario de Allis en este punto es aleccionador: Incluso un examen superficial de la literatura de la alta crítica deja en claro que ha estado cada vez más dominada por tres grandes principios de la teoría evolucionista:
(1) Que el desarrollo es la explicación de todos los fenómenos,
(2) Que este desarrollo es resultado de fuerzas latentes en el hombre sin ninguna ayuda sobrenatural, y
(3) Que el método «comparativo», que usa una medida naturalista, debe determinar la naturaleza y ritmo de este desarrollo.
En la historia bíblica, debido a que siempre la Ley es la perspectiva que se asume en cada libro del Antiguo Testamento, el mensaje de los profetas y escritores siempre se basa en la premisa de la Ley.
El libro de Josué, por ejemplo, empieza con el recordatorio al pueblo de que es su privilegio y fortaleza el que sea el pueblo de la ley, y que tienen la orientación autoritativa de Dios (Jos 1: 7-9). Repetidas veces se les recuerda que la ley es su fuente de fortaleza y señal de su vínculo con Dios como nación en el pacto (Jos 22: 5; 23: 1-16; 24: 1-27).
La marca individual del pacto, la circuncisión, se cita en Josué 5 tanto como la Pascua. Las leyes del anatema y la conquista aparecen en los caps. 6:17; 9:23 y 11:20. La división de la tierra en términos de la ley se describe en los caps. 13: 14-33; 14: 1-15; y 17, 19; y las ciudades de refugio en el cap. 20.
Saltando a Rut, hallamos aquí las prácticas del rebusco, la redención de la tierra y el levirato.
El libro de Jueces es especialmente contundente en su presuposición de la ley. Describe la apostasía de Israel de Dios y su ley (Jue 2: 1-2, 10, 15, 17; 3: 7-8; 5: 8; 6:1, 10, 25; 10: 13, 14, etc.).
El punto central y tema de los Jueces se indica repetidas veces (17: 6; 18: 1; 21: 25): «En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (21: 25). El mismo punto es prefacio del horrible relato de la depravación en los capítulos 19 y 20 (19: 1).
La interpretación de Myers de este enunciado es que «debido a que no había rey en Israel no había restricción en las familias, excepto la autoridad y costumbre tribal». Asume que el significado es la falta de un monarca humano y la institución de la monarquía. El triste comentario de Farrar es similar:
Esto muestra que estas narraciones se escribieron, o más probablemente se editaron, en los días de la monarquía. …
Hacía lo que bien le parecía. Esta nota se añade para mostrar por qué no había interferencia autoritativa de príncipe o gobernante que impidiera los procedimientos idólatras o ilícitos (Dt 12: 8: «No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece»).
El hecho sorprendente en cuanto a la ceguera de Farrar es que citó Deuteronomio 12: 8, que es parte de una declaración del reinado de Dios y la exigencia de su ley soberana. Lo que dice Jueces es que Israel repetidas veces se olvidó de Dios el Rey, y abandonó su ley, para ir «tras dioses ajenos», dejando de obedecer «los mandamientos de Jehová» (Jue 2: 17).
Dios era el legislador de Israel tanto como Dios soberano y Rey universal y también como Rey del pacto de Israel. El reinado humano no es la respuesta. Es más, los opresores paganos de Israel tenían reyes humanos, e Israel mismo tenía un rey humano en una parte del país, Abimelec (caps. 9 y 10). El reinado de Abimelec se presenta como un aspecto de la negación del reinado de Dios.
Otro contraste vivido se traza entre el reinado de Dios y el reinado de Jabín, rey de Canaán, que reinaba en Hazor, cuyo capitán era Sísara (Jue 4:2). El canto de Débora nos da un cuadro calamitoso de un Israel derrotado, cobarde y mal armado. La batalla la ganó Dios, Rey de Israel:
«Desde los cielos pelearon las estrellas; desde sus órbitas pelearon contra Sísara» (Jue 5:20). Dios, el Rey universal, había usado los elementos para derrotar y destruir a los ejércitos cananeos. Como Rey, entonces Dios derramó maldición y bendición según la lealtad a su causa.
Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes.
Bendita sea entre las mujeres Jael, mujer de Heber ceneo; sobre las mujeres bendita sea en la tienda (Jue 5: 23-24).
Aquí tenemos la maldición y la bendición de la ley pronunciada por el que dio la ley, el Rey.
Después de describir la ejecución de Sísara a manos de Jael, Débora declaró:
La madre de Sísara se asoma a la ventana, y por entre las celosías a voces dice: ¿Por qué tarda su carro en venir? ¿Por qué las ruedas de sus carros se detienen?
Las más avisadas de sus damas le respondían, y aun ella se respondía a sí misma: ¿No han hallado botín, y lo están repartiendo? A cada uno una doncella, o dos; las vestiduras de colores para Sísara, las vestiduras bordadas de colores; la ropa de color bordada de ambos lados, para los jefes de los que tomaron el botín.
Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová; mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza (Jue 5: 28-31).
El lenguaje de Débora es intenso y gráfico. Las «doncellas» que los hombres de Sísara soñaban en poseer literalmente quiere decir «úteros», «a cada hombre un útero o dos». Keil y Delitzsch traducen la última parte del versículo 31 así: «Pero los que te aman sean como la salida del sol en su fuerza», e indican que esto «es un cuadro contundente de la exaltación de Israel a un desarrollo cada vez más glorioso de su suerte»6. Incluso más, es un cuadro de la bendición de Dios el Rey sobre los que le aman, sirven y obedecen.
En un salmo que celebra la ley de Dios (Sal 19:7-14) también se cita el gobierno de Dios sobre el universo, y de nuevo tenemos la imagen del sol que «como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino» (Sal 19: 4, 5).
Es después que describe la ley y el orden evidentes en los cielos, el firmamento, la tierra y el sol que David gozosamente declara «La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma» (Sal 19:7).
La gloria de Dios se revela en todo el universo por su orden legal; la misma gloria se manifiesta en el hombre y en su mundo cuando se obedece la ley. Esta misma imagen se tiene en mente en el canto de Débora. Debido a que Israel rechazó la ley y el gobierno de Dios, y «cada uno hacía lo que bien le parecía», en lugar de ser comparables al sol en su gloria entre las naciones, Israel más bien con demasiada frecuencia estuvo cautivo de potencias extranjeras.
Volviendo a la Tora, rumbo o señalamiento, Jesucristo se refirió a sí mismo como la Tora cuando declaró: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn 14: 6). La palabra griega que se traduce «camino» es odós, un proceder, un curso de conducta; en Hechos 13:10, Romanos 11:33 y Apocalipsis 15:3, según Greek-English Lexicon of the New Testament de Joseph Henry Thayer, quiere decir «los propósitos y ordenanzas de Dios, su manera de tratar con los hombres».
El uso de «Yo soy» hace eco del nombre divino (Éx 3:14); la referencia al «camino» habla de la ley. Jesucristo, como Dios encarnado, también era la declaración de la justicia y ley de Dios. Por esta frase, Cristo se declaró inseparable de la Deidad y de la ley. Él es la Tora u orientación de Dios; por su declaración, Cristo se hizo a sí mismo y a la ley más fácilmente identificable.
La alternativa a Cristo y la ley es la anarquía y la iniquidad, una vida sin significado ni dirección. Cristo es la declaración de la orientación o ley de Dios; la ley nos señala el camino correcto. El pecado, jamartía, es errar el blanco; incluye moverse con rumbo correcto, pero quedarse corto, o errar el blanco. Anomía, pecado, es iniquidad; quiere decir moverse con un rumbo errado o negar ese rumbo.
Es anarquía. «Si decimos que no tenemos pecado (jamartía), nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1 Jn 1: 8). Son los impíos los que son pecadores en el sentido de ser anti-ley, hostiles a la orientación de Dios.
La palabra que se usa es anomos, impío o sin ley (Hch 2: 23; 2ª Ts 2: 8; 2ª P 2: 8). Sin embargo, todos los hombres que cometen pecado (jamartía) de manera habitual y al descuido en realidad no son cristianos y andan en la impiedad (anomía). «Todo aquel que comete pecado (jamartía, o sea, todo el que practica pecado como una forma de vida) infringe también la ley (anomia, tales personas son en realidad anti-ley, impías); pues el pecado (jamartía) es infracción de la ley (anomia, es la práctica de la ilegalidad)» (1ª Jn 3: 4).
Si nos dirigimos con rumbo equivocado, la ley es una acusación, una sentencia de muerte. Si avanzamos en la senda que Dios señala, la ley es un ayo que nos guía todos nuestros días en el camino de justicia y verdad de Dios. Gálatas 3:24, 25 indica: «venida la fe, ya no estamos bajo ayo» (Gá 3: 25). ¿Quiere decir esto que el fin de la ley?
Por el contrario, ahora aprendemos a andar en el buen camino o en la ley; no de la Ley como acusación, sino de Cristo el camino y Dios nuestro Padre. «Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gá 3:26). El contraste no es entre ley y falta de ley, sino entre «la vida inmadura de la esclavitud bajo un tutor [y] la vida del hijo, con todos sus privilegios y derechos». Lutero vio la ley y el pecado como abolidos y declaró que «si me agarro de Cristo por la fe, hasta ese punto la ley ha sido abrogada para mí».
Esto es antinomianismo y ajeno a San Pablo. San Pablo atacó las leyes del hombre, y las interpretaciones de la ley hechas por el hombre, como camino de justificación; la ley nunca puede justificar; pero sí santifica, y no hay santificación sin ley.

2. LA LEY Y LOS PROFETAS

La función de los profetas de Israel era hablar por Dios en términos de la ley, y, bajo inspiración, también predecir específicamente las maldiciones y bendiciones de la ley que ocurrirían en la historia de la nación. La carga de la palabra profética la resume Isaías de esta manera:
¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido (Is 8: 20).
Ningún otro recurso monarcas, ejércitos, hechiceros, aliados extranjeros u otros dioses servía de nada. El fiel podía decir a todas las naciones enemigas: «Tomad consejo, y será anulado; proferid palabra, y no será firme, porque Dios está con nosotros» (Is 8: 10).
Al analizar Isaías 8:20, es triste notar que el muy capaz Edward J. Young no enlazó firmemente «ley» con la ley mosaica. Plumptre incluso lo negó todo excepto una remota conexión con la ley mosaica: «“¡A la ley y al testimonio!” obviamente están allí, como en el versículo 16, la “palabra de Jehová”, dicha al mismo profeta, la revelación que le había llegado con tal intensidad de poder». Tal opinión destruye la unidad de las Escrituras y niega todo el propósito de la profecía.
Alexander, antes de su día, dijo el significado de manera sencilla y clara:
En lugar de recurrir a estas fuentes inútiles y prohibidas, a los discípulos de Jehová se les instruye que recurran a la ley y al testimonio (o sea, a la revelación divina, considerada como un sistema de creencias y como regla de deber), si no hablan (o sea, si alguien no habla) conforme a esta palabra (otro nombre de la voluntad revelada de Dios), es para él que no hay amanecer ni mañana (es decir, ningún alivio de la noche oscura de la calamidad).
Alexander debía haber añadido que, en tanto que toda la Escritura es la Palabra y Ley de Dios, la esencia de esa ley es la Ley mosaica.
Cuando Israel rechazó a Dios como Rey y escogió a un hombre para que fuera rey, Dios declaró que era un rechazo de Él mismo: «A mí me han desechado, para que no reine sobre ellos» (1ª S 8: 7). A causa de la decisión de ellos, Dios profetizó su destino (1ª S 8: 9-18; 12: 6-25). Debido a que ellos se apartaron de Dios el Rey, y de la ley de ese Rey, ciertas consecuencias seguirían. La profecía de Dios en el epílogo de la ley es el cuerpo de la ley, y por medio de Samuel, nos da la condición formal y el contenido básico de la profecía subsiguiente.
La nueva monarquía, no menos que la antigua comunidad, tenía la responsabilidad de obedecer a Dios y su ley, y a Saúl en concordancia se le juzgó según la ley (1ª S 15: 22-35). David fue llamado a ser fiel, fue bendecido por su fidelidad y severamente castigado por su infracción de la ley (1ª S 12: 9-14). El reinado de Salomón, de modo similar, registra bendiciones y penas según su obediencia y desobediencia, y lo mismo se aplica a todos los siguientes reyes de Judá y de Israel.
Las reformas llamaban a los hombres a volver a la ley; la apostasía significaba un desprecio y abandono de la ley, y al Dios de la ley. El cautiverio a Babilonia se muestra como un cumplimiento de las maldiciones de la ley. Jeremías, en términos de la ley, había pronunciado su maldición sobre Judá, y vino el cautiverio en Babilonia «para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo gozado de reposo; porque todo el tiempo de su asolamiento reposó, hasta que los setenta años fueron cumplidos» (2ª Cr 36: 21).
Separar la profecía de la ley es inutilizarlas a ambas. La ley y los profetas hacen referencia a un hecho básico: el reino de Dios, el gobierno de Dios en toda la tierra mediante la ley. Como Edersheim observó en las Conferencias Warburton de 1880-1884:
La idea contundente y persistente del Antiguo Testamento es el reinado real de Dios sobre la tierra. Casi mil años antes de Cristo surge el anhelo del futuro reino de Dios un reino que va a conquistar y ganar a todas las naciones, y a plantar en Israel justicia, conocimiento, paz y bendición ese reino de Dios en el cual Dios, o su Viceregente, el Mesías, debe ser Rey sobre toda la tierra, y todas las generaciones deben acercarse y adorar al Señor de los ejércitos.
Los defensores del premilenarismo tienen razón en un punto: la meta de la historia bíblica es el reino de Dios. Han errado al hacerlo puramente escatológico, más allá del alcance de la historia presente, y han negado en la práctica al reino al negar la validez de su ley hoy. Con su doctrina de un paréntesis entre el reino del Antiguo
Testamento y el futuro reino ostensible milenario, han negado la ley, los profetas y el reinado de Cristo. Si negamos la ley del Rey, negamos al Rey. Al hacer separación entre el reino y la era cristiana, se niega el gobierno de Dios, y se entrega el mundo a Satanás. No es de sorprender que los que siguen la escuela dispensacionalista de Scofield declaren que esta era presente está bajo el gobierno de Satanás.
En todo el Antiguo Testamento, cuando los profetas acusaban a la nación de haberse olvidado del pacto, tema de casi todos los profetas (1ª R 19: 10, etc.), estaban acusando a la nación de haber abandonado a Dios el Rey y su ley del pacto.
Sin un pacto, no hay ley; un pacto requiere una ley. Renovar el pacto, como se hace repetidas veces en el Antiguo Testamento, y supremamente por Cristo en la Última Cena, era renovar la ley del pacto. Toda renovación del pacto era una renovación de la ley del pacto. Esto fue cierto en la reforma de Josías, y de todas las demás reformas en la historia bíblica.
Y poniéndose el rey en pie junto a la columna, hizo pacto delante de Jehová, de que irían en pos de Jehová, y guardarían sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo el corazón y con toda el alma, y que cumplirían las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro. Y todo el pueblo confirmó el pacto (2ª R 23:3).
El texto de Crónicas también recalca el mismo hecho, a la vez que deja en claro que el deseo de reforma procedía del rey y se le había impuesto al pueblo:
Y estando el rey en pie en su sitio, hizo delante de Jehová pacto de caminar en pos de Jehová y de guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo su corazón y con toda su alma, poniendo por obra las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro. E hizo que se obligaran a ello todos los que estaban en Jerusalén y en Benjamín; y los moradores de Jerusalén hicieron conforme al pacto de Dios, del Dios de sus padres (2ª Cr 34: 31-32).
Esta ley del pacto declara que Dios es el Señor Soberano, que «marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies» (Nah 1:3). La tempestad y la peste son sus herramientas para tratar con un ámbito rebelde.
Esto aparece con fuerza especial en el reto que Dios les presentó por medio de Elías a los profetas de Baal. Dios ordenó una aterradora sequía en Israel. El relato de Ellison del conflicto es excelente:
Como las excavaciones de Ugarit han mostrado, Baal estaba por encima de todos los dioses de las lluvias de invierno. Pero dejen que Jezabel, sus sacerdotes y profetas aúllen a Baal todo lo que quieran, no habría lluvia en Israel; no, ni siquiera rocío, hasta que Jehová lo diera, y Él anunciaría de antemano por medio de su siervo Elías que lo daría, para que nadie le diera gloria a otros.
No hay ni sugerencia de que la hambruna fuera castigo, aunque castigo lo fue al mismo tiempo; fue por encima de todo una prueba innegable del poder de Jehová y la impotencia de Baal precisamente en ese reino que se consideraba especialidad de Baal.
Él permitió que la lección calara por completo. Tres inviernos pasaron sin lluvia y tres veranos sin cosecha (1ª R 18: 1). Fácilmente podemos imaginarnos cómo los adoradores, profetas y sacerdotes de Baal quedaron reducidos a la desesperanza. Solo entonces Dios le dijo que saliera de su escondrijo y le dijera a Acab que Jehová tendría misericordia de una tierra que debía haber estado cerca de su último suspiro.
No fue suficiente, sin embargo, dar lluvia a nombre de Jehová. La guerra tenía que realizarse en el campo del enemigo. Esto hizo Elías al presentarle el reto a Baal en su propia tierra. El territorio desde el Carmelo hasta el mar no solo estaba ocupado por Fenicia, sino que se consideraba especialmente sagrado para Baal.
Allí, en el propio terreno de Baal, se le presentó el reto de que enviara sus relámpagos del cielo para que sus adoradores lo miraran a él como el que controlaba la tormenta. Cuán exitoso fue Elías en su propósito se puede ver al traducir el clamor del pueblo literalmente: «¡Jehová, Él es el poderoso!; ¡Jehová, Él es el poderoso!» (1ª R 18: 39).
La oración de Elías se basó en Deuteronomio 28:23, donde Dios declara que el cielo sería como bronce (sin lluvia), y la tierra como hierro (al no producir cosechas), si el pueblo de Dios desobedecía su ley.
Elías oró según la ley de Dios, por la maldición de Dios sobre un pueblo sin ley. Es requisito de la verdadera oración estar dentro del marco de la ley.
Podemos orar que los pecadores se conviertan, pero no que sean bendecidos en su iniquidad. Podemos orar por la bendición de Dios sobre nuestra obediencia, pero no una bendición por la desobediencia. La oración no puede ser antinomiana.
Orar por gracia para un pecador es orar dentro de la ley, porque el hecho básico en cuanto a la gracia es que no es antinomiana. El pecador acepta el dictamen legal de Dios sobre su pecado cuando acepta la gracia de Dios, y la gracia es inseparable de ese juicio.
La oración de Elías fue efectiva porque fue una oración de un justo dentro del contexto de la ley de Dios.
La oración de Elías por una sequía fue una oración para promover el reino de Dios; Santiago la cita como el tipo de una verdadera oración (Stg 5: 16-18). La meta de esa oración efectiva era romper el poder de las falsas autoridades y establecer el reino de Dios en medio de sus enemigos.

EL TEMA DE LA LEY Y LOS PROFETAS ERA EL REINO DE DIOS.

Los jueces eran en un sentido reyes bajo Dios. Como Ellison ha señalado: «La palabra que en el Antiguo Testamento traducimos como juez (shofet) era entre los fenicios el título de su rey. El hecho del gobierno nunca fue contrario a la voluntad de Dios». Fue el rechazo del reinado de Dios que llevó al establecimiento de la monarquía de Saúl lo que Dios condenó.
Todo lo que dice 1 Samuel 8 es que sus reyes humanos les darían una ley hecha por el hombre, junto con todos sus males e injusticias. Las acusaciones de los profetas son historiales de delitos particulares contra la ley de Dios y castigos según esa misma ley. No se puede hacer separación entre la ley y los profetas, así como no se puede hacer separación entre la humedad y el agua, porque entonces ya no sería agua, sino otra cosa.
Pero eso no es todo. A la ley no se le puede separar de Dios sin destruirla. Demasiado a menudo en nuestros tiempos se hace abstracción entre la ley y Dios y se le ve en aislamiento. Para citar un ejemplo específico, de manera muy común en nuestro día los conservadores promueven fuertemente la propiedad privada sin al mismo tiempo darle más que servicio de dientes para afuera a Dios y ninguna atención a la ley del diezmo.
Pero las Escrituras dejan en claro que la tierra es del Señor, y por consiguiente sujeta a su Ley, y a su impuesto, el diezmo. La propiedad privada separada de su Ley está maldita. Cada hombre acaba en una isla solitaria de su propiedad, rodeada por un mundo sin ley, extraño, de hombres de rapiña. La alternativa no es mejor: una sociedad comunista en la que los hombres tienen la tierra en común, pero la vida es hostilidad silenciosa y suspicacia.
Por supuesto, ninguna regla de la propiedad puede suplir la pérdida de Dios y de su poder regenerador. Por otro lado, diferentes órdenes económicos pueden prevalecer con éxito entre los regenerados.
Los huteritas, secta de cristianos orientados a la comunidad que tienen todas las cosas en común, son capaces de competir y superar a sus vecinos en los Estados Unidos de América que viven en haciendas de propiedad privada. La razón es que la fuerza motivadora no es la propiedad privada, sino la fe. Está claro que la Biblia establece la propiedad privada como una forma ordenada por Dios para la tenencia de tierra, pero está igual de claro que ella no identifica la repartición de las tierras como fuente de bendición.
Todavía más, puesto que la comunidad huterita es un orden voluntario que descansa en la fe, no es comunistoide, y por consiguiente no viola el concepto de propiedad privada, como tampoco lo violan las sociedades mercantiles, la membrecía en un club campestre o acciones en una empresa porque tengan múltiples dueños. La propiedad múltiple no es socialismo estatal.
La propiedad múltiple, no obstante, no tiene más éxito que la propiedad única si se deja a Dios afuera. En nuestras ciudades y pueblos, el dueño único de una propiedad se ve cada vez más bajo amenaza de fuerzas impías, pero también el propietario de un condominio.
De hecho, el condominio puede incluir y cada vez más incluye hombres inicuos; el guardia en la puerta no puede dejar fuera al enemigo que está adentro. De modo similar, las peores amenazas a muchos dueños únicos están en sus familias: los hijos inicuos.
Claramente, no se puede hacer separación entre la ley y Dios sin destruirla. La ley no tiene entonces raíces y pronto estará muerta. Los profetas nunca presentaron una ley sin raíz, sino siempre al Dios viviente y su voluntad soberana, la ley.

3. LEY NATURAL Y SOBRENATURAL

La Biblia no reconoce ninguna ley como válida aparte de la ley de Dios, y esta ley es dada por revelación a los patriarcas y a Moisés, y expuesta por los profetas, Jesucristo y los apóstoles.
Tener dos clases de leyes es tener dos clases de dioses; no es de sorprender que el mundo antiguo, como el actual, fuera politeísta; al tener muchas leyes, tenía muchos dioses.
Algunos negarán esto. Después de haber adoptado un concepto griego y racionalista de ley natural, intentan insertarlo en la religión bíblica. Lo atestigua, por ejemplo, la razón de Melancton en Loci Communes:
Algunas leyes son leyes naturales, otras divinas, y otras humanas. Respecto a las leyes naturales, no he visto nada que valga la pena escrito por teólogos o expertos de la ley. Porque cuando se proclaman las leyes naturales, es apropiado que sus fórmulas se escojan por el método de la razón humana mediante el silogismo natural. Todavía no he visto que nadie haya hecho esto, y no sé si acaso se pudiera hacer, puesto que la razón humana está tan esclava y ciega; por lo menos lo ha estado hasta ahora.
Todavía más, Pablo enseña en Ro 2:15, en un argumento asombrosamente bueno y claro, que hay en los gentiles una conciencia que defiende o reprueba sus acciones, y por consiguiente es ley.
Porque, ¿qué es la conciencia, sino juzgar nuestras obras que se derivan de alguna ley o regla común? La ley de la naturaleza, por consiguiente, es un juicio común al que todos los hombres dan el mismo asentimiento. Esta ley que Dios ha grabado en la mente de cada uno es apropiada para forjar la moral.
Por esta tesis, a la cual todos los líderes de la Reforma virtualmente dieron asentimiento, se negaba la Reforma. El hombre no regenerado, caído, incapaz de salvarse a sí mismo y culpable de estorbar o suprimir la verdad de Dios en injusticia (Ro 1: 18), de alguna manera es capaz de conocer una ley inherente en la naturaleza y ¡hacerla una base «para forjar la moral»!
Examinemos ahora estas leyes de la naturaleza que Melancton nos informa, y veamos cuán dignas son para reemplazar la ley mosaica:
Dejo a un lado esas cosas que tenemos en común con las bestias, el instinto de conservación, dar a luz, y procrearnos. Estos expertos de la ley relacionan estas cosas con la ley de la naturaleza, pero yo las llamo ciertas disposiciones naturales implantadas comúnmente en los seres vivos.
De las leyes que pertenecen propiamente al hombre, sin embargo, las principales parecen ser las siguientes:
1. Se debe adorar a Dios.
2. Como nacemos en una vida que es social, a nadie se le debe hacer daño.
3. La sociedad humana exige que hagamos uso común de todas las cosas.
Con pensamientos como éste, ¡los reformadores estaban atareados castrándose!
Melancton halla su;
Primera ley natural en Romanos 1 antes que en la naturaleza.
La segunda débilmente la basa en Génesis 2: 8, aunque por qué necesita un solo versículo para respaldar su posición, habiendo descartado todos los libros de Moisés, no nos lo dice. El cimiento «natural» para la segunda ley natural de Melancton es el mayoritarismo.
Por consiguiente, a los que perturban la paz pública y le hacen daño al inocente hay que coaccionarlos, restringirlos y eliminarlos. Se debe preservar la mayoría por la remoción de los que han hecho daño. Subsiste esta ley: «¡No hagas daño a nadie!». Pero si alguien ha sufrido daño, hay que eliminar al responsable para que no haga daño a más personas. Es de mayor importancia preservar a todo el grupo que a uno o dos individuos.
Por consiguiente, al hombre que amenaza a todo el grupo por alguna acción que hace como mal ejemplo se elimina. Por eso hay magistraturas en el estado, por esto hay castigos para el culpable, por esto hay guerras, a todo lo cual los expertos de la ley se refieren como la ley de las naciones (jus gentium).
Con estas palabras Melancton unió sus manos con Caifás, que dijo respecto a Cristo: «Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca» (Jn 11: 50). A la persecución de los primeros cristianos, y de todas las minorías que perturban, esta ley natural da base firme.
La tercera ley natural de Melancton condujo a un peligroso comunismo anabaptista, y era necesario afirmar este concepto mayoritario, masivo, del hombre, y también retener la propiedad privada, dominios principescos, universidades, profesores y señores en sus propiedades. Como resultado, propuso «contratos» como medio de «compartir» las cosas, así que por contrato los gobernantes podían mantener su posición poco común de cosas comunes. Melancton como resultado «condensó» las tres leyes básicas en cuatro y añadió un arrogante epílogo:
Basta ya en cuanto a las reglas generales de la ley de naturaleza, que se pueden condesar de la siguiente manera:
1. ¡Adora a Dios!
2. Puesto que nacemos a una vida que es social, una vida compartida, no le hagas daño a nadie sino ayuda a todos en bondad.
3. Si es imposible que no se haga daño absolutamente a nadie, procura que el número que recibe daño se reduzca al mínimo. Que se elimine a los que perturban la paz pública. Para este propósito se debe establecer magistraturas y castigos para los culpables.
4. La propiedad se debe dividir por causa de la paz pública. Para el resto, algunos aliviarán las necesidades de otros mediante contratos.
El que quiere hacerlo así puede añadir a estas ideas particulares de poetas, oradores e historiadores que por lo general tienen que ver con la ley de las naciones (jus gentium), tal como uno puede leer aquí y allá respecto al matrimonio, el adulterio, el pago de un favor, la ingratitud, la hospitalidad, el intercambio de propiedades, y otros asuntos de esta clase.
Pero pensé adecuado mencionar solo las formas más comunes. Y no considere con precipitación cualquier pensamiento de los escritores gentiles como leyes, porque muchas de sus ideas populares expresan los afectos depravados de nuestra naturaleza y no leyes. De este tipo es el pensamiento de Hesíodo: «Ama al que te ama, y ve con el que viene a ti. Le damos al que nos da, y no le damos al que no nos da» (Hesíodo, Works and Days [Los trabajos y los días], pp. 353-354).
Porque en estas líneas se mide la amistad solo por la utilidad. Así, también, es el dicho popular: «Day toma». El enunciado de que «se debe repeler la fuerza por la fuerza» es pertinente aquí, como eso que aparece en Ion, de Eurípides: «Está bien que los que somos prósperos hagamos honor a la piedad, pero cuando alguien desea tratar mal a sus enemigos, ninguna ley se interpone en su camino».
Además, la llamada ley civil contiene muchas cosas que son obviamente afectos humanos antes que leyes naturales. Porque, ¿qué es más ajeno a la naturaleza que la esclavitud? Y en algunos contratos eso que realmente importa esta injustamente escondido. Pero más de estas cosas más tarde.
Un hombre bueno moderará las constituciones civiles con derecho y justicia, es decir, con las leyes divinas y las naturales. Ninguna cosa que se imponga en contra de las leyes divinas naturales podrá ser justa. Hasta aquí en cuanto a las leyes de la naturaleza. Defínelas con razonamiento más exacto y sutil, si puedes.
El principal propósito de la ley de Dios por medio de Moisés parece ser convencer al hombre de pecado, de modo que el hombre pueda entonces salvarse por gracia y pasar de la ley de Dios a la ley natural. La salvación es en efecto de Dios a la naturaleza. «La ley exige cosas imposibles como amar a Dios y al prójimo».
Hoy, sin embargo, «esa parte de la ley que se llama el decálogo o los mandamientos morales han sido abrogados por el Nuevo Testamento». Algunos de los anabaptistas practicaron lo que Melancton predicaba pero se les aborreció por ello. El Espíritu conduce a los cristianos «a cumplir la ley» ¡aunque la ley ahora queda abrogada!. El espíritu Santo, por lo tanto, se ve que está más consciente de la ley que Melancton.
Melancton no era el único que creía en este tipo de contrasentido. Bucer, en De Regno Christi, exigía un régimen totalitario como consecuencia de su fe en la ley natural. Su consejo a Eduardo VI de Inglaterra fue revelador, y se debe notar que Bucer citó a Platón, no a la Biblia:
Y en esto se debe ordenar, primero, que no se debe permitir que ingrese mercadería nadie a quien los oficiales no hayan juzgado apto para este tipo de cosas, habiendo hallado que es santo, que ama a la comunidad antes que el interés privado, y que anhela la sobriedad y la temperancia, es vigilante e industrioso.
En segundo lugar, que estos no deben importar ni exportar mercadería aparte de la que Su Majestad haya decretado. Y debe decretar que se exporten solo cosas de las cuales el pueblo del reino tiene abundancia de modo que su exportación no pueda ser de menos beneficio para el pueblo de este reino, para quienes estas cosas abundan, que para quienes las llevan a países extranjeros y lucran de ellas.
Así que también no debe permitir que ninguna mercadería se importe excepto lo que él juzga bueno para uso santo, sobrio, y saludable de la comunidad. Finalmente, que un precio definido y justo se establezca para artículos individuales de mercadería, lo cual se puede arreglar fácilmente y es muy necesario (feroz es la avaricia humana) para conservar la justicia y decencia entre los ciudadanos.
Los mismos estatutos se deben aplicar a los vendedores y comerciantes, a cuya tarea, como es humilde y sórdida, a nadie se debe admitir a menos que le falte capacidad o tenga alguna incapacidad física como para dejarlo inhábil de destrezas más generales, como fue la opinión de Platón también (Platón, República, II, p. 371 c-d.).
Pronunciaron blasfemia y la llamaron reforma. Dejaron a un lado la ley de Dios por la racionalización del hombre y la declararon ley superior para hombres y naciones.
Bucer, que había cambiado la ley de Dios por Platón, siguió hablando santurronamente de la ley de Dios y transfirió sus premisas morales a la ley natural del hombre:
Por cuanto hemos sido liberados de las enseñanzas de Moisés por Cristo el Señor, ya no es necesario que observemos los decretos civiles de la ley mosaica, es decir, según la forma y circunstancias en las cuales se describen; en particular, de la forma y circunstancias en que son descritos; no obstante, en lo que se refiere a la sustancia y el fin en sí de esos mandamientos, y en especial aquellos que contienen las disciplinas necesarias para el bien común, quienquiera que no reconozca que tales mandamientos se deben observar a conciencia, no estará atribuyendo a Dios ni sabiduría suprema ni una atención justa de nuestra salvación.
La principal función de esta reintroducción de la Ley mosaica es apuntalar el poder del Estado con la pena de muerte, el deber de la obediencia y cosas parecidas.
Hemos visto que Melancton estaba tan orgulloso de su formulación de la ley natural que arrogantemente declaró: «Defínelas con razonamiento más exacto y sutil si puedes». Muchos hicieron precisamente eso. Todo hombre tenía su propia ley natural en su naturaleza caída. El siglo 18 y el deísmo, y en el siglo 20 Lenny Bruce y los hippies, coincidieron con el poeta Pope al afirmar:
«Lo que sea, está bien». Todo en la naturaleza, todo delito y toda perversión, era, según el Marqués de Sade, una ley de la naturaleza; la única violación de la ley natural era para él la religión cristiana. Así, en dondequiera que se ha sostenido la naturaleza como la fuente de la ley, la ley ha acabado reflejando o siendo idéntica al pecado del hombre.
¿Cómo relaciona la Biblia la ley y la naturaleza? El Salmo 1 es una declaración tan clara como cualquiera. Cuando habla de la ley, quiere decir «la ley mosaica».
Jackman traduce el versículo 1 de esta manera: «Bienaventurado es el que no anda en el consejo de los inicuos, ni está en el camino de los sin ley, ni se sienta en la silla de los escarnecedores». En los versículos 4-6, «impíos» también se traduce «inicuos». El que se deleita en la ley del Señor, la ley bíblica, es «como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo» (v. 3). Nótese el claro vínculo entre la obediencia a la ley bíblica y la prosperidad en el mundo natural.
Es en la ley sobrenatural de Dios revelada en la que el santo medita y obedece, y eso quiere decir un florecimiento natural en la tierra. Tener las raíces en la ley revelada de Dios es tener raíces en el mundo natural de Dios, porque como Dios lo creó, ese mundo responde de manera total a los mismos propósitos de Su palabra.
Pero eso no es todo. El Salmo deja en claro también que la mejor, si acaso no la única manera de tener las raíces de uno en el mundo natural es estar firmemente arraigado en la ley sobrenatural de Dios. «Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará». Pero con los malos según Jackman, los sin ley, los que niegan la ley de Dios no será así. Estos «son como el tamo que arrebata el viento» (v. 4).
No estar arraigado en Dios quiere decir estar sin raíces en el mundo, y no ser mejor que tamo, que el primer viento adverso se lleva.

EL MUNDO NATURAL QUE NOS RODEA ESTÁ GOBERNADO TOTALMENTE POR DIOS Y SU LEY.

Hay leyes que operan en el mundo natural y sobre él: leyes de biología, física, y otras similares, pero nunca como sistemas cerrados. Cuando y donde se niega la ley revelada de Dios, se niegan también en última instancia el decreto y ley absolutos de Dios en el mundo natural. Es imposible elaborar una filosofía de la ley natural; se desvanece en nada. Lo mismo se aplica a los sustitutos modernos de la ley natural que pasan con el nombre de gracia común. Si se niega al Dios soberano y trino, también se niega en la práctica toda ley en todas partes.
La Biblia, pues, aunque no es un libro de texto de física o biología, es también básica para la física y la biología. Sin el Dios soberano de las Escrituras y su Palabra y Ley, no puede existir ninguna ciencia, ni hecho, ni aprendizaje. Ningún hecho existe en sí mismo y por sí mismo. Como Van Til ha dicho muy bien, toda la realidad es reveladora de Dios y no se puede entender a cabalidad separada de Él. «Si Dios existe, no hay realidad bruta; si Dios existe, nuestro estudio de los hechos debe ser el esfuerzo de conocerlos como Dios quiere que los conozcamos.
Debemos tratar de pensar los pensamientos de Dios como él. Asumir que hay realidades brutas es dar por sentado que Dios no existe».
Por consiguiente, debido a que Dios existe, no hay realidad debatible, ni ninguna ley debatible (un concepto imposible), en ese mundo de autenticidad debatible.
La filosofía de la ley natural trata de hallar leyes debatibles en un mundo de realidades debatibles, es decir, de leyes que en última instancia no tienen significado en un mundo de hechos que en primera y en última instancia no tienen sentido. Los filósofos de la ley natural intentan presentarnos el mundo de Dios sin el Dios de las Escrituras y sin la ley de las Escrituras, y logran solo presentarnos especímenes de sí mismos.
La única forma sostenible de abordar las leyes que operan sobre el mundo y dentro del mundo natural es mediante la Palabra y Ley sobrenatural de Dios. Si no quieren tener a Moisés, tampoco tendrán a este mundo ni ninguna ley en él.
La decisión, pues, no es entre la ley bíblica y la ley natural; es entre la ley y la falta de ley. Rechazar a Moisés es rechazar al Dios de Moisés.
Reducido a escoger entre Moisés y Platón, la decisión de Bucer fue muy lamentable.
Teniendo la ley revelada de Dios, ¿por qué elaborar una ley moral y civil partiendo de los elementos caídos y pervertidos de la mente humana?
Los hombres escogen buscar un cimiento en el hombre debido a que buscan un terreno común con todos los hombres y toda realidad fuera de Dios. Quieren evitar lo que llaman un «sistema “sectario” de pensamiento». Declaran que la necesidad es de «filosofía perennis», una filosofía común para todos los hombres como hombres, aparte de las consideraciones teológicas. Por este medio estos pensadores dicen que pueden establecer todas las verdades de la religión bíblica de una manera racional, que satisfaga a todos los hombres.
Así, en lugar de una revelación excluyente o parroquial, se puede establecer un terreno mejor, común, se dice. En tal filosofía el estado, en lugar de ministro de justicia ordenado por Dios, se vuelve «una institución “natural”», producto del «ser “social”», del hombre. Como el hombre vive socialmente, los conflictos surgen debido a deseos variados.
Claro, allí surge la necesidad de alguna componenda; se deben resolver las diferencias de los individuos; alguien, o algún grupo selecto para deliberar y hablar por toda la comunidad, tiene que tomar las decisiones. Y así surge la institución de la autoridad: de manera natural y clara que Dios dio de origen como la naturaleza social del hombre en sí misma.
Tal filosofía de la ley natural no hace descansar la autoridad en un Dios absoluto, ni en una ley absoluta, sino en el acomodo. La base de la autoridad es el relativismo; acomodo, la negación de la verdad.
Esta filosofía de la ley natural descansa en lo supremo de la mente del hombre y su apelación a una racionalidad común en todos los hombres. Pero el hombre caído usa su razón como instrumento en su guerra contra Dios, y así el aspecto común de la racionalidad de los apóstatas es la determinación de excluir al Dios soberano de las Escrituras.
Pero si el hombre natural, sin la fe salvadora, puede abrirse camino a Dios y a una ley universal, no necesita a Dios ni la ley de Dios; tampoco necesita a la Biblia, ni a los teólogos, ni ninguna revelación de Dios; el hombre en sí mismo es, entonces, el principio de la revelación y la verdad, la fuente ambulante de la ley.
En donde prevalecen la ley natural y la teología natural o sus variantes modernas de gracia común, allí a la iglesia le quedan opciones muy limitadas. Puede convertirse en la sirvienta del estado y trabajar por la acción social, o puede abandonar el mundo mediante el pietismo y misticismo. En cualquier caso, no queda Dios aparte del hombre.
La fuente de la ley también es la ubicación del dios de cualquier sistema, y si se ubica la ley en la racionalidad del hombre, el hombre es el dios de esa filosofía.
No sorprende entonces que el pensamiento occidental, al adoptar una base de ley natural para sus órdenes sociales, primero vea a la ley como lógica, un aspecto de la racionalidad del hombre, y después como experiencia, un aspecto de la existencia del hombre. Y, ¿qué quiere decir experiencia? «Las mismas consideraciones que los jueces rara vez mencionan, y siempre pidiendo disculpas, son las raíces secretas de las cuales la ley deriva toda la savia de la vida.
Quiero decir, por supuesto, consideraciones de lo que es conveniente para la comunidad interesada». La ley natural empezó con la transigencia, y termina con lo conveniente, sin llegar a ninguna parte después de mucho esfuerzo. En el proceso de quedarse quieta, ha logrado algo: ha perdido la verdad y la autoridad, y no le queda ningún terreno común, porque la experiencia y la conveniencia de todo hombre es su mundo privado de compromiso.
Todo hombre se convierte en su propio mundo de ley, su propio campo de experiencia, y su propio criterio de conveniencia.
La filosofía de la ley natural empieza «en la suposición de que el modo no cristiano de razonamiento es el único modo posible de razonamiento». Como Van Til observó además, contendiendo contra la propia filosofía al presentarse como una doctrina de la gracia común:
Una doctrina de la gracia común que se elabora como para apelar una vez más a un territorio neutral entre creyentes y no creyentes está, precisamente como la antigua apologética de Princeton, en línea con un tipo romanista de teología natural. ¿Por qué debemos, entonces, alegar que tenemos algo único?
Y, ¿por qué debemos, alegar que tenemos una base sólida para la ciencia? Nada que no sea una doctrina calvinista de la providencia todo controladora de Dios, y del carácter indeleblemente revelador de todo hecho del universo creado, puede proveer un cimiento verdadero para la ciencia.
Y, ¿cómo podemos alegar que podemos hacer buen uso de los resultados de los esfuerzos científicos de científicos no cristianos, sí, parándonos en base esencialmente romanista, no podemos ni siquiera hacer buen uso de nuestros propios esfuerzos?
¿Por qué vivimos en un mundo ilusorio, engañándonos nosotros mismos y presentando una pretensión falsa ante el mundo? La percepción de la ciencia:
(a) presupone la autonomía del hombre
(b) presupone un carácter no creado, sino controlado por el azar de los hechos
(c) presupone que las leyes no descansan en Dios, sino en alguna otra parte del universo.
Ahora bien, si desarrollamos una doctrina de la gracia común en línea con las enseñanzas de Hepp respecto al testimonio general del Espíritu, estamos incorporando en nuestro edificio científico las mismas fuerzas de destrucción contra las cuales ese testimonio está destinado a marchar.
El único verdadero terreno común está en Dios, o sea, en el hecho de que Él creó y gobierna todas las cosas, así que todas las cosas lo revelan a Él. La comprensión de todas las cosas empieza por consiguiente en Él, la sumisión del hombre al juicio, la salvación y la Palabra y Ley de Dios. Van Til, al argumentar contra las opiniones de Masselink, dirigente reformado, observó:
Pero he argumentado ampliamente, sobre todo contra Barth, que la imagen de Dios en el hombre tiene un contenido de conocimiento verdadero. El hombre no empieza en el curso de la historia con solamente la capacidad de conocer a Dios. Por el contrario, empieza su curso con un conocimiento verdadero de Dios. Es más, ni siquiera puede erradicar este conocimiento de Dios. Es este hecho lo que hace que el pecado sea pecado «contra mejor conocimiento».
La teología católica romana piensa en la criatura empezando, por así decirlo, en los límites del no-ser. Según la teología romana, hay en el hombre, así como en la realidad creada en general, una tendencia inherente a volver a hundirse en la inexistencia. De aquí la necesidad de ayuda sobrenatural desde el principio de la existencia del hombre. Hay en la teología romana una confusión entre los aspectos metafísicos y éticos del ser del hombre.
La tendencia destructiva del pecado no se ve en una disminución gradual de la racionalidad y moralidad del hombre. El hombre no es menos una criatura moral racional de Dios que lo que era cuando le da las espaldas a Dios y aborrece a su hacedor. Por consiguiente, cuando Dios le da al hombre su gracia, su gracia salvadora, esta no reinstaura su racionalidad y moralidad.
Reinstaura su verdadero conocimiento, justicia y santidad (Col 3: 10; Ef 4: 29). Restaura al hombre éticamente, no metafísicamente. De la misma forma, si decimos que la gracia común es lo que tiene que ver con la restricción del pecado, es una función ética y no metafísica la que ejecuta.
No mantiene, como el Dr. Masselink parece aducir, las características creadoras del hombre. No sustenta la imagen de Dios en «el sentido más amplio» de la racionalidad y moralidad del hombre. Impide que el hombre, que será racional de todas maneras, exprese su hostilidad contra Dios en el campo de conocimiento, de tal manera que hace imposible que por sí mismo destruya el conocimiento.
Y al restringirlo en su hostilidad ética contra Dios, Dios libera sus poderes de criatura para que pueda hacer contribuciones positivas al campo del conocimiento y el arte. De manera parecida, al restringirle en su expresión de hostilidad ética contra Dios, hay una liberación dentro de él de sus poderes morales, de modo que pueda ejecutar lo bueno «moralmente» aunque no espiritualmente.
Como constitutivos de la racionalidad y moralidad del hombre, estos poderes no han disminuido a pesar del pecado. El hombre no puede ser amoral. Pero por el pecado el hombre ha caído éticamente; se volvió hostil a Dios. Y la gracia común es el medio por el que Dios impide que el hombre exprese el principio de hostilidad a su pleno alcance, así capacitando al hombre a hacer lo «relativamente bueno».
Van Til ha sugerido «gracias creativa» como término mejor que «gracia común».
Por cierto que el término «gracia común», que ha venido a ser una marca del humanismo y la guerra contra Dios, se debe abandonar como término bastardo, al unir ilegítimamente dos conceptos extraños.
En breve, empezar con cualquier cosa que no sea la ley de Dios como el único cimiento del orden social es terminar sin ninguna ley y solo con la regla de la lógica y experiencia del hombre.
Por tanto, las leyes de la física, la economía, la biología, y toda otra ciencia y estudio, se basan firmemente en el decreto eterno de Dios; porque el poder predestinador y soberano de Dios es total, hay leyes en todo ámbito. Estas leyes se derivan, no de la «naturaleza» sino de Dios. Cuando se niega el decreto eterno, también se niegan las leyes, y estas gradualmente se agotan.
Fue el humanismo de la Ilustración el que desarrolló la filosofía de la ley natural como alternativa al Dios soberano y predestinador de las Escrituras. Más tarde sus herederos atacaron el concepto de la ley natural porque señalaba a Dios; les era mejor eliminar toda ley y no dejar ningún letrero que señalara a Dios, ninguna evidencia de diseño en el universo que hablara de su Creador. El mundo estaba lis- to para aceptar a Darwin y un universo ciego, sin ley, que evoluciona, para escapar de un Dios cuya ley gobernaba toda la realidad.
El concepto de la «ley natural inherente  se interpuso entre la naturaleza y Dios y se concibió como independiente de todo legislador externo para su validez y operación». Al aceptar la ley natural como sustituto de Dios, la Ilustración lo vio progresivamente en términos mecanicista.
«La realidad ya no era primordialmente una cuestión de voluntad y propósito personales». Se comparó el universo con un mecanismo de reloj.
Sin embargo, nada es menos desacertado desde el punto de vista cristiano que la comparación del universo con un reloj. Este potaje por el cual se cambió la primogenitura bíblica fue una sustitución del propósito con el diseño, abandonar el concepto de meta por un conglomerado de fines mecánicos expresados en términos filosóficos de orden, belleza, armonía y perfección. Los argumentos de diseño apuntan hacia atrás a la creación, y no hacia adelante a una consumación.
Grocio, el arquetipo del humanismo, desarrolló la distinción entre la ley de Dios y la ley de la naturaleza, en la cual la naturaleza incluía al hombre y su historia. El resultado de esta distinción entre la Providencia y los procesos de la vida e historia fue que allí surgió la posibilidad de moldear la vida y la historia aparte de cualquier ley de Dios. Y este era un fin deseable, puesto que la ley de Dios permitía las guerras y los desastres.
El modelo de la historia según la ley natural apuntaba hacia la idea de progreso y ejercía efecto directo sobre la cuestión de una escatología. El hombre ganaría su propia salvación, pero en un sentido radicalmente diferente al significado de la palabra bíblica, y por supuesto, sin temor ni temblor (Fil 2: 12).
Como resultado de este razonamiento, la ley de la naturaleza, que en la antigüedad pagana era la ley de las naciones, volvió a ser la ley de las naciones, la ley del hombre. Puesto que ni Dios ni la naturaleza habían eliminado las guerras, el hombre, el nuevo dios y legislador, moldearía a las naciones y a todos los hombres para eliminar las guerras.
El gobierno general [Providencia general] y particular [Providencia específica] de Dios sería reemplazado por el gobierno general y particular del hombre.
La Providencia general de Dios establece al hombre en un marco de ley total; la Providencia específica de Dios tiene en cuenta toda necesidad, y ni un solo cabello cae sin su cuidado y supervisión soberanos. El nuevo estado soberano trabaja para envolvernos en un marco progresivamente total de ley, y para vigilarnos con su red de supervisión particular.
El editor principal de un importante periódico estadounidense dio su aprobación a esta invasión radical de privacidad por parte del gobierno total del estado moderno en un editorial principal:
Conforme la tecnología cada vez más despersonaliza y deshumaniza nuestra vida, está brotando en nosotros una necesidad de reasegurar lo que es más básico y vital en nosotros, nuestros instintos. Todavía más, la tecnología está arrastrándonos a una época en donde la privacidad está llegando a ser literalmente imposible.
Está llegando a ser imposible por un lado, debido a la pura densidad de población, y, por lado, debido al rápido avance de los medios técnicos de vigilancia en una civilización cuyas sociedades es obvio que pretenden mantener a todos los individuos bajo vigilancia constante.
Nuestra necesidad primordial, pues, está despuntando: la necesidad de morar, más o menos como seres humanos, en una sociedad en la cual la privacidad no se discute. Nuestra respuesta al parecer va a ser adoptar un modo de vida en la cual la privacidad ya no se considere necesaria.
Así que sospecho que la relación sexual pública se debe ver como la ola del futuro.
La ley natural siempre acaba como la ley del estado, y un estado anticristiano encima de eso.

4. LA LEY COMO RUMBO Y VIDA

La palabra básica bíblica que se traduce «ley» es Tora. Tora quiere decir no solo instrucción o enseñanza, sino, fundamentalmente, «dirección». La ley entonces da el rumbo que Dios señaló; una vida sin ley es una vida sin rumbo en el sentido de que no existe ningún significado verdadero apartado de Dios. El mal no es una ausencia o escasez de ser, sino una separación de Dios ética, no metafísica. Mientras mayor sea la separación, mayor será la pérdida de significado.
El infierno no tiene comunidad ni significado. Es el colapso de toda comunidad, significado y vida en una negación radical.
El libro de Proverbios es esencialmente un libro sobre la ley como rumbo y guía de la vida. La Tora en Proverbios: donde aparece sin calificaciones (28:9; 29:18) claramente es la ley divina (es también el término judío para el Pentateuco); pero mi ley, «la ley de tu madre» (1: 8), etc., se refiere a las máximas presentes y a las enseñanzas del hogar, basadas en verdad en la ley, pero no idénticas a ella.
Por tanto, toda instrucción descansa y debe descansar en la Tora, ley o instrucción fundamental de Dios. La ley de un padre, la ley de un maestro o patrono, debe ser una aplicación de la ley de Dios. Cuando se aplica así, la ley de Dios se vuelve la trama de la vida y guía de la sociedad. Como dijo Salomón: El que menosprecia el precepto perecerá por ello; mas el que teme el mandamiento será recompensado.
La ley del sabio es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte (Pr 13: 13-14).
Como observa Kidner: la frase ley del sabio (hombre) indica que la ley (Tora) se usa aquí en el sentido original de «orientación» o «instrucción»; es la voz de la experiencia espiritual antes que el mandamiento divino, aunque estará en armonía con la Tora (como su proximidad al versículo 13 recalca).
La ley de Dios es dada a todos los hombres; la sociedad santa y los hombres santos mediarán en esa ley en cada nueva generación y así asegurarán su salud y bienestar.
Como lo resumió Delitzsch: El proverbio está diseñado para indicar que la vida que brota de la doctrina del sabio como de una fuente de salud para el discípulo que la recibe, le transmite conocimiento y fuerza, para saber dónde están las trampas de la destrucción y alejarlo con pasos vigorosos cuando estas amenacen con atraparlo.
Esto enuncia de nuevo el significado básico de la Tora, dirección, y la dirección provista por la ley es un camino de salud, conocimiento y vida. Además: Los que dejan la ley alaban a los impíos; mas los que la guardan contenderán con ellos.
Los hombres malos no entienden el juicio; mas los que buscan a Jehová entienden todas las cosas (Pr 28: 4, 5).
Acudiendo de nuevo a Delitzsch: Los que alaban al impío se alejan de la Palabra revelada de Dios (Sal 73: 11-15); los que, por el contrario, son fieles a la Palabra de Dios (29: 18) se encienden contra ellos, los sacude profundamente su conducta, no pueden permanecer en silencio ni permitir que su iniquidad quede sin castigo. El que hace de la maldad su elemento moral cae en la confusión de la concepción moral; pero aquel cuyo fin es el único Dios vivo, en toda situación de la vida, incluso en medio de grandes dificultades, gana de eso el conocimiento de lo que es moralmente correcto.
De modo similar dice el apóstol Juan (1ª Jun. 2: 20): «Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas»; o sea, necesitan buscar ese conocimiento que requieren, y que anhelan, no fuera de ustedes, sino en el nuevo cimiento divino de su vida personal; de allí todo lo que necesitan para el crecimiento de su vida espiritual, y para alejar de ustedes las influencias hostiles, llega a sus conciencias. Es un conocimiento potencial, bien abarcador en carácter, y a todas luces un conocimiento humano relativo, que es lo que aquí quiere decir.
Olvidar la ley quiere decir olvidar la orientación y la vida; y la sociedad y los hombres que se olvidan de la ley de Dios pierden por ello la sabiduría y toda orientación. El relativismo gobierna a la sociedad, y produce parálisis moral. Los comentarios de Kidner destacan esto con claridad: 28: 4. La ley de Dios es bastión del hombre.
Sin revelación, pronto todo es relativo; y con relatividad moral, nada en sí merece ataque. Por ejemplo, se acepta al tirano porque consigue que las cosas se hagan; y al pervertido, porque su condición es interesante. La plena secuencia aparece en Romanos 1: 18-32.
La ley de Dios es la luz del hombre. Romanos 1: 21, 28 ilumina la línea 1, como Romanos 1: 18-32 el proverbio precedente. En la línea, Salmo 119: 100; Juan 7: 175.
Uno de los deseos más persistentes de los hombres es andar por vista, con un conocimiento del futuro de lo que tiene delante. Fue este motivo lo que condujo a Saúl a buscar a la hechicera de Endor. Por medio de ella, Saúl quería conocer el resultado de su guerra contra los filisteos, y lo que debería hacer (1ª S 28: 15). Los siglos 19 y 20 vieron un serio despertar de varias formas de ocultismo por las que el hombre procura hurgar el futuro y obtener luz para andar.
Las Escrituras prohíben todos esos esfuerzos de examinar el futuro apartados de Dios. El medio provisto para que el hombre pueda saber el futuro es la Ley y
Palabra de Dios. De esta manera, el salmista declaró, en su gran meditación sobre la ley, el Salmo 119: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino. Juré y ratifiqué que guardaré tus justos juicios (Sal 119:105-106).

ESTE CONCEPTO DE LA LEY COMO GUÍA DEL HOMBRE APARECE UNA Y OTRA VEZ EN LAS ESCRITURAS.

Esas mismas palabras también las dijo, tal vez primero que nadie, Salomón: Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen (Pr 6:23).
En este versículo, como Kidner nota, las reglas paternales basadas en la ley de Dios «se consideran como expresiones de la ley absoluta, divina»6. Incluso más importante es el hecho de que la ley de Dios, en su declaración bíblica y cuando es trasmitida fielmente por la familia, iglesia, estado o escuela, es fuente de luz que Dios ha ordenado, el medio válido de predicción. El hombre, al andar por fe en obediencia a la ley de Dios, anda en un gran grado por vista. Andar sin ley es andar en oscuridad.

LA LEY TRASMITIDA NO PUEDE TOMAR EL LUGAR DE LA LEY BÁSICA, LA TORA DE DIOS.

La ley trasmitida debe en verdad ser idéntica a la Tora divina. La aplicación, no la innovación ni la adición, es el deber de la persona o agencia trasmisora. Salomón por consiguiente vinculó tres cosas: primera: el temor del Señor y su instrucción, dirección o ley; segunda: la misma ley o instrucción según la aplica el padre o madre a su hijo; tercera: la consecuencia de la obediencia a esta instrucción es un ornamento o corona en la vida del hijo.
El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.
Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, u no desprecies la dirección de tu madre;
Porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello (Pr 1: 7-9).
El término «principio de la sabiduría» se refiere al «principio primero y controlador, antes que una etapa que uno deja detrás»7. Delitzsch traduce el versículo 9 así: «Porque estos son una corona hermosa en tu cabeza, y joyas en tu cuello».
El principio controlador de la vida, que corona a un hombre y enriquece sus días con sabiduría, es el temor del Señor, y este temor es inseparable de la ley, instrucción o dirección de Dios.
El carácter básico de la ley para la vida se establece de forma contundente en otros dos Proverbios:
El que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable (Pr 28: 9).
Sin profecía el pueblo se desenfrena; mas el que guarda la ley es bienaventurado (Pr 29: 18).
Si un hombre rechaza la ley u orientación de Dios, ha rechazado toda relación con Dios, y «su oración también es abominable» para Dios, una ofensa moral, porque orar al Dios cuya guía despreciamos es añadir insulto a nuestras ofensas. Todavía más, «sin revelación un pueblo se vuelve ingobernable», como Delitzsch tradujo Proverbios 29: 18. La revelación de Dios es también su ley, que es el único camino del hombre hacia la verdadera felicidad, y el único medio aceptable de servir a Dios.
Cuando Jesucristo dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn 14:6) la palabra que usó para «camino» fue jodós, un sendero natural, camino, senda, camino del viajero o, metafóricamente, un curso de conducta, manera de pensar o justicia.
Westcott citó el uso de la palabra «camino» en el misticismo de Lao-tzé a modo de comparación. No hay nada de místico en el uso de «camino» que hizo nuestro Señor. Él es el único camino a Dios, y, al identificarse a sí mismo con el rumbo, declaró en realidad: «Yo soy la Tora». La ley como expresión de la justicia y derechos de Dios es el único camino o rumbo válidos del hombre.
Cristo guardó la ley perfectamente, porque la ley era la expresión de su ser; no cometió pecado y no podía pecar, porque la ley no era otra cosa que su justicia y derechos establecidos. No podía hacer a un lado la ley, porque hacerlo habría sido negarse a sí mismo y dejar de existir.
Los políticos tiranos han declarado: «Yo soy la ley», y finalmente han perecido bajo la ley de Dios, pero Jesús podía declarar de manera absoluta: Yo soy el camino o ley, la verdad y la vida. La ley no se puede separar de Cristo, ni Cristo de la ley.

5. LA LEY Y EL PACTO

El profeta Isaías acusó a Judá a nombre de Dios como infractora de la ley, y su profecía empieza con una acusación y un llamado a volver al Señor. «Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra» (Is 1: 10). Las maldiciones de la ley, de Deuteronomio 28, descenderían sobre Judá y Jerusalén, «porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel» (Is 5: 24).
Pero eso no es todo. Dios también acusó a las naciones de la antigüedad (Is 13: 1—23: 18). Dios el Rey juzgará severamente el pecado del mundo (Is 24: 1—27: 13). Judá y Jerusalén, debido a sus relaciones impías con Egipto y Asiria, también son de nuevo blanco de más acusaciones (Is 28:1—33: 24). Edom también está sujeto a una acusación (Is 34).
El castigo de Judá sería tan radical que solo un diezmo o décima parte volvería, y esa décima parte sería comida o consumida hasta que quedara solo un remanente de simiente santa (Is 6: 13). El castigo de las demás naciones sería incluso más radical: «He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus moradores» (Is 24: 1). Esto se indica con claridad porque «la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno» (Is 24: 5).
Según Alexander: «Los tres términos que se usan (leyes, ordenanza, pacto) son sus sustancialmente sinónimos, ley, estatuto, pacto, y se usan indistintamente»1. Este punto es de especial importancia.
Recalca de nuevo la posición de las Escrituras de que todos los hombres y naciones están ineludiblemente ligados al pacto de Dios, ya sean guardadores del pacto o transgresores del pacto. El pacto de Dios es «el pacto eterno» con todos los hombres. La relación del hombre a ese pacto puede cambiar de bendiciones a maldiciones, pero el pacto permanece. Como Copass señaló:
Todas las personas pecadoras caen bajo el castigo temporal del Dios Omnipotente, santo, que es poderoso para salvar, que sabe que sin condenación del pecado no puede haber salvación.
Todavía más, los pecadores persistentes conocerán la separación final y el castigo eterno.
La ley y el pacto se usan como sinónimos, y todos los hombres ineludiblemente están involucrados en esa realidad. Debido a que Dios es Dios, el Soberano absoluto y solo Creador de todas las cosas, ninguna independencia es posible de él para nada.
El hombre está ineludiblemente ligado a Dios según las condiciones de Dios, su ley o pacto. Aunque un pueblo elegido es testigo de ese pacto, su testimonio debe ser solo según las afirmaciones de Dios y su pacto a todos los pueblos sin excepción. Por no obedecer ese pacto y su testigo, todas las naciones de la antigüedad fueron juzgadas y condenadas.
En Jeremías hay un castigo similar para Judá, y también para las potencias extranjeras (Jer 46: 1—51: 64). Se pronuncia la condena de Babilonia «porque pecó contra Jehová» (Jer 50: 14).
Todavía más, lo inverso de la regla de oro es el principio del juicio de Dios contra Babilonia: «Haced con ella como ella hizo» (Jer 50:15); «conforme a todo lo que ella hizo, haced con ella» (Jer 50: 29). Contra Moab, la palabra de Dios por medio de Jeremías es que «maldito el que detuviere de la sangre su espada» (Jer 48:10).
Jeremías pronuncia las maldiciones de Deuteronomio 28 contra Judá y todas las naciones por su desobediencia a Dios, y esta «venganza es de Jehová, y venganza de su templo» (Jer 51: 11). Como el templo (y el tabernáculo antes) era el salón del trono de Dios y centro gubernamental, esto quiere decir que Dios se venga de todos los que quebrantan su ley.
El castigo de las naciones aparece en Ezequiel 25:1—32:32 y en otras partes.
Daniel nos da un panorama de los grandes imperios y su castigo. Todos los profetas recalcan la ley y el pacto, y llaman a hombres y naciones al arrepentimiento, o pronuncian castigo.
El final del libro de Malaquías emplaza a los hombres de esta manera: «Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel». Si los padres y los hijos no están unidos en fe y obediencia, Dios declara que vendrá y herirá la tierra con maldición en el Día del Señor, el tiempo de castigo en que el Mesías es rechazado (Mal 4: 4-6).
San Pablo resumió este aspecto de las Escrituras en Hebreos 12: 18-29. Se recalca mucho la superioridad del pacto renovado. Con «Jesús, el mediador del nuevo pacto», los que son de la iglesia han venido a algo mucho mayor que las manifestaciones aterradoras del monte Sinaí. Es el mismo Dios, «fuego consumidor»
(He 12: 29; Éx 20: 18.19), y esa realidad la expresa mejor San Pablo que Moisés. El contraste entre el monte Sinaí y Moisés por un lado, y Cristo por el otro, hace que la obediencia sea mucho más obligatoria y la desobediencia mucho más condenatoria.
Las épocas hasta la venida de Cristo representaban una gran conmoción de las naciones, que culminaría con la caída de Jerusalén. La próxima gran remoción eliminará todas las «cosas hechas» que pueden ser removidas, «para que queden las inconmovibles» (He 12: 27). Las «cosas hechas» son las invenciones del hombre que tratan de suplantar la ley y el reino de Dios con la ciudad del hombre.
Pero los elegidos de Dios han recibido «un reino inconmovible», o sea, que no se puede mover (He 12:28); deben por consiguiente servir a Dios como es debido y con reverencia y temor reverencial.
Por tanto, así como la época del Antiguo Testamento vio la destrucción radical de todas las naciones que rechazaban a Dios, la era cristiana verá una gran conmoción de las potencias existentes debido a su incredulidad, apostasía e iniquidad.
Al pacto que existe entre Dios y su pueblo correctamente se le ha llamado pacto de gracia. Y eso es: un pacto de gracia o bendición que ha hecho el Dios soberano con aquellos a quienes redime en Cristo. Opuesto al pacto de la gracia o bendición está el pacto de muerte o maldiciones. Desde el principio en Edén, Dios dijo que castigaría la desobediencia a su ley con la muerte (Gn 2: 17).
La maldición empezó a operar de inmediato cuando el hombre cayó (Gn 3: 16-19; 4: 10-12). Caín fue des terrado (Gn 4:11) por matar Abel, y la vida de allí en adelante vio cumplirse aquel pacto de muerte.
El pueblo de Dios no puede hacer un pacto con los que quebrantan el pacto de Dios (Dt 7: 2). Los que se van detrás de otros dioses y hacen pacto con ellos heredarán todas las maldiciones de la ley (Dt 29: 18-24). El destino de los que quebrantan el pacto es la muerte (Ro 1: 31-32). Esto se declara con énfasis en Isaías 28: 14-18:
Por tanto, varones burladores que gobernáis a este pueblo que está en Jerusalén, oíd la palabra de Jehová. Por cuanto habéis dicho: Pacto tenemos hecho con la muerte, e hicimos convenio con el Sheol; cuando pase el turbión del azote, no llegará a nosotros, porque hemos puesto nuestro refugio en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos; por tanto, Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure.
Y ajustaré el juicio a cordel, y a nivel la justicia; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y aguas arrollarán el escondrijo. Y será anulado vuestro pacto con la muerte, y vuestro convenio con el Seol no será firme; cuando pase el turbión del azote, seréis de él pisoteados.
La clave del significado de esta palabra profética la explicó muy bien Young en su comentario sobre el versículo 15:
En este versículo Isaías explica por qué los burladores deben oír la palabra del Señor y también por qué es necesario que Dios establezca en Sión una piedra angular. Lo que se da no es el vocabulario de los burladores sino una evaluación de sus hechos. Si se expresaran en palabras esos hechos, no serían palabras como éstas. Para decirlo de otra manera, aquí hay una expresión de los pensamientos y propósitos diseñados carnalmente por los burladores, y puesto que pensamientos como estos motivaron sus hechos, Dios mismo intervendrá y erigirá en Sión una piedra.

ISAÍAS SE DIRIGE A LOS GOBERNANTES DE «ESTE PUEBLO». USTEDES HAN DICHO.

No en tantas palabras, sino que eso es lo que han propuesto en sus corazones.
Si alguien ha hecho un pacto con la muerte, la muerte no le hará daño, porque él y la muerte están en paz. «Ustedes están actuando», así parece ser el pensamiento del profeta, «como si la muerte y la tumba no los fueran a vencer ni a apoderarse de ustedes. Vendrán por otros, pero ustedes piensan que están exentos. Alrededor de ustedes han contemplado a otros caer, e incluso han visto a las diez tribus ir en cautiverio, pero piensan que la muerte los dejará y seguirá de largo».
Un pacto con la muerte y con el infierno es la presuposición de que la ley del pacto de Dios no está en operación, y que Dios en la práctica está muerto. Es un rechazo del mundo de ley y causalidad y una insistencia de que el hombre vive en un mundo neutral, no causal, de bruta realidad. Un pacto con la muerte y el infierno es un esfuerzo por anular la muerte y el infierno; es un rechazo del orden jurídico de Dios a favor del orden hecho por el hombre. Este pacto con lo insignificativo
Dios lo rechaza, y los que lo hacen son pisoteados bajo los pies del veredicto de Dios (Is 28: 18). Este pacto con la muerte caracteriza toda incredulidad, y la promesa de Dios, según la versión Reina Valera, es juicio sobre toda la tierra. La palabra de Isaías a los burladores de Jerusalén fue esta: «Ahora, pues, no os burléis, para que no se aprieten más vuestras ataduras; porque destrucción ya determinada sobre toda la tierra he oído del Señor, Jehová de los ejércitos» (Is 28: 22).
El hombre y las naciones hacen un pacto con la muerte, con lo insignificativo, para escapar de la ley de Dios. La respuesta de Dios es darles muerte, «una aniquilación determinada» en términos de su propósito soberano. No hay escapatoria de la ley y su significado. Como bien dijo Ezequiel, el propósito de Dios es derribar todas las cosas que se oponen a Cristo y su reino: «A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré» (Ez 21: 27).
La declaración de Dios, repetida muchas veces por todo Ezequiel, es que su castigo cae sobre todo los que quebrantan la ley hasta el fin en que «sabréis que yo soy Jehová el Señor» (Ez 23: 49, etc.). De modo similar, la ley fue dada, y la justicia de Dios fue dada a conocer, el sabbat fue establecido «para que sepáis que yo soy Jehová vuestro Dios» (Ez 20: 19-20, etc.). La ley y las sentencias de la ley tienen como propósito revelar a Dios.
La ley como revelación es, pues, un aspecto básico de la manifestación que Dios hace de sí mismo. Es en verdad imposible pensar en una revelación de Dios sin ley, porque esto querría decir que Dios no tiene naturaleza, ni es una persona de propósito definido y totalmente consciente de sí mismo.
Debido a que Dios está totalmente consciente de sí mismo y sin potencialidades, es decir, sin aspectos de sí mismo por desarrollar, tiene una ley plena y desarrollada, y esa ley es básica para la revelación de sí mismo. Dios no puede revelarse sin la ley, ni ella puede establecerse sin revelar a Dios.
La implicación de esto es que ningún conocimiento de Dios es posible si se rechaza la ley. Rechazar la ley es negar la naturaleza de Dios, y negar el significado de Dios Hijo y su expiación. El conocimiento de Dios no es por la ley, sino por la gracia de Dios por fe, pero este conocimiento de Dios es inseparable de la ley. La prioridad es de Dios, no de la ley, pero no se puede divorciar la ley de Dios, así como a su naturaleza no se la puede alienar del Señor.

El barthianismo, debido a que es antinomiano, presupone un dios que es incognoscible y más allá de definición. El Dios barthiano no da ley porque no tiene ley dentro en sí mismo, ni naturaleza fija. Por el término «la libertad de Dios», los barthianos quieren decir la libertad de toda ley o naturaleza. Por eso no sorprendió que el próximo paso en teología fuera anunciar la muerte de este dios.