5. EL SACERDOCIO DE TODO CREYENTE

INTRODUCCIÓN

No es cierto lo que dicen los protestantes que «el sacerdocio de todos los creyentes» es una «doctrina del Nuevo Testamento» que salió a la luz con la Reforma.
La doctrina es de hecho un artículo de fe del Antiguo Testamento, como Éxodo 19: 5-6 dice con claridad, como también muchos otros pasajes:
Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éstas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.
Primero: Estas palabras precedieron al otorgamiento de la ley, así que la exigencia de Dios («si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto») tiene referencia a la ley del pacto, los Diez Mandamientos y las leyes subordinadas. Sin obediencia a la ley de Dios, no puede existir ningún sacerdocio válido. El sacerdocio ante Dios es condicional a la obediencia a la ley del pacto de Dios.
Segundo: El pueblo de Dios debía ser «un reino de sacerdotes». El ámbito es el Reino de Dios; el sacerdocio de los creyentes, pues, tiene referencia a ese reino. No es un ministerio sacerdotal en el sentido de sacrificios. Esto aparece con claridad, no solo en el Antiguo Testamento, en donde el trabajo de ofrecer los sacrificios del tabernáculo estaba limitado al linaje de Aarón, sino también en el Nuevo Testamento, en donde la palabra hierus, sacerdote en el sentido de sacrificio, nunca se aplica a los creyentes.
El sacerdocio básico, el de todos los creyentes, es siempre con referencia al reino de Dios. Su propósito es, entonces, el establecimiento del orden de Dios, y la ley se da para ese propósito. Los «sacrificios» de este sacerdocio son «espirituales», o sea, un servicio obediente y fiel en el Espíritu Santo; se les llama a que sean «real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido (o singular)» (1ª P 2: 5, 9).
El objetivo de este sacerdocio es «reinar sobre la tierra» (Ap 5: 10; 20: 6); el instrumento de este reino o gobierno es la ley de Dios. El trabajo de sacrificio que le pertenecía al sacerdocio de Aarón fue llevado a su culminación y propósito por el sacrificio de Cristo. Los sacerdotes creyentes del Antiguo Testamento siempre tenían el deber de ofrecer sacrificios de servicio, alabanza y acción de gracias (antes que de expiación), y este deber continúa en los sacerdotes creyentes de la Iglesia (Ro 12:1; He 13: 15).
Tercero: El sacerdote creyente del Antiguo Testamento servía como sacerdote y gobernante sobre su casa y en su vocación. La misma responsabilidad sigue con el sacerdote-gobernante cristiano. Su familia y su vocación son aspectos dentro de los cuales se debe imponer la Ley y Palabra de Dios y ejercer el dominio de Dios.
Fue el sacerdocio creyente del Antiguo Testamento el que estableció la sinagoga como medio de promover la enseñanza de la ley y la adoración a Dios. Se debe recalcar que la adoración no se puede restringir a la sinagoga ni a la iglesia; es un aspecto de la vida diaria del hombre. El dar gracias antes de las comidas es una forma de adoración, como también otras formas del estudio familiar de las Escrituras y de alabanza a Dios.
La adoración en relación con el trabajo es y ha sido común. La iglesia tiene el ministerio de la palabra (aunque no exclusivamente) y de los sacramentos; aunque la adoración es un aspecto de la vida de la Iglesia, la adoración no es prerrogativa exclusiva de ella.
El mandato bíblico para la sinagoga se halla en Éxodo 18 :20: «Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer». Los orígenes de la sinagoga estuvieron tal vez en el cautiverio en Babilonia. La sinagoga no era solo un lugar de adoración, sino también de escuela primaria. La sinagoga también se consideraba como un tipo de escuela para adultos; era un lugar para conferencias, y también el escenario de decisiones legales.
Se ha vuelto requisito del judaísmo que diez hombres son necesarios para organizar una sinagoga. Incluso más importante que este número es el hecho de que, desde la antigüedad, el sacerdote creyente organiza la sinagoga, no una jerarquía religiosa. La sinagoga fue, pues, formada por los sacerdotes creyentes como un aspecto de su responsabilidad sacerdotal.
En el Nuevo Testamento, a la iglesia o «asamblea» también se la llama en el griego original como synagogué (Stg 2:2). La iglesia es la sinagoga cristiana, y tiene los mismos oficiales (ancianos) y la misma función básica llevada a su plenitud en Cristo. La iglesia del Nuevo Testamento se formó de la misma manera que la sinagoga.
Los misioneros apostólicos llevaron a Cristo a los convertidos; los convertidos entonces organizaron una iglesia y eligieron ancianos o gobernantes según las instrucciones de los apóstoles con respecto a sus cualidades (1ª Ti 3). La elección de los oficiales fue función de la congregación local, no de los apóstoles, que podían, sin embargo, declarar la Palabra y Ley de Dios no solo respecto a los oficiales, sino también a los miembros y su disciplina (1ª Co 5: 4-5).
Este poder de supervisión misionera estaba sujeto a la Palabra de Dios, por lo que San Pablo halló necesario indicar la base legal bíblica para sus pronunciamientos (1ª Co 5: 1- 13; 7:1-40; 8: 1-13, etc.).
De esa forma la iglesia local la «iniciaron» los misioneros, pero fueron los creyentes locales los que la establecieron y gobernaron. Su gobierno local no quería decir autonomía, pero tampoco la subordinación a la iglesia general tuvo ningún peso ni poder obligatorio aparte de las Escrituras.
Toda la autoridad, por estar cimentada en las Escrituras estaba, por consiguiente, limitada por las Escrituras.
Cuarto: el sacerdocio de todos los creyentes quiere decir lo que el Rvdo. V. Robert Nilson, en un sermón en Long Beach, California, en 1970, llamó «un ministerio de todo creyente». San Pablo, en Efesios 4: 7, declaró que a «cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo». A todo creyente se le da una responsabilidad madura en términos del reino de Dios.
En Efesios 4: 11 San Pablo cita algunos de los cargos de ese ministerio; no todos son llamados a estos cargos particulares y altos, pero «cada uno de nosotros» es llamado a servir a Dios en un llamamiento sacerdotal particular.
Tenemos la obligación de beneficiarnos del ministerio de otros y crecer, «para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (v. 14), sino como hombres maduros (v. 13), cumplir nuestras responsabilidades y ejercer dominio en nuestro ámbito designado.

LA CAPACITACIÓN DE TALES HOMBRES MADUROS ES FUNCIÓN DE LA IGLESIA.

El propósito de la iglesia no debe ser traer a los hombres a sujeción a ella, sino más bien capacitarlos en un sacerdocio real capaz de llevar el mundo en sujeción a Cristo el Rey. La iglesia es una estación de reclutamiento, el campo de entrenamiento y la armería del ejército de Cristo de sacerdotes reales. Es una institución funcional, no terminal.
La iglesia en gran medida ha servido solo de dientes para afuera al sacerdocio de todos los creyentes, porque su jerarquía ha desconfiado de las implicaciones de la doctrina, y porque ha visto a la iglesia como un fin en sí misma, y no como un instrumento.
Quinto: debido a que el sacerdocio de todos los creyentes tiene un propósito práctico, también la iglesia. Limitar la fidelidad de la iglesia a una profesión de fe es tan errado como limitar la fidelidad de los creyentes a una profesión de fe.
Tal profesión es necesaria, pero no basta. «Tú crees que Dios es uno; bien haces.
También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?» (Stg 2: 19, 20). Mucho antes que los discípulos se percataran por completo de la verdadera naturaleza y llamamiento de nuestro Señor, los demonios le confesaban como el Cristo y el Hijo de Dios (Mt 8: 29; Mr 1: 24; 3: 11; 5:7; Lc 4: 34;  Hch 19: 15). Un buen árbol produce buen fruto; y es por sus frutos que conocemos a los hombres (Mt 7: 16-20). La verdadera fe se revela en obras.
Por lo tanto es muy errado que los hombres arguyan que es un error separarse de una iglesia debido a que su profesión formal de fe es todavía ortodoxa. La mayoría de las iglesias modernistas siguen reteniendo credos y confesiones ortodoxas.
La declaración de que «separarse de una denominación que todavía es oficialmente sólida en doctrina es, sin duda, un asunto muy serio», no tiene sentido. Todo ladrón profesional es en apariencia un hombre honesto; no se proclama ladrón.
Virtualmente toda iglesia apóstata o negligente niega que sea otra cosa que una verdadera iglesia, así que ser «oficialmente sólida en doctrina» no significa nada. ¿Es sólida doctrinalmente en obra y en pensamiento, en profesión y en práctica?
Sexto: el sacerdocio de todos los creyentes es, como hemos visto, un «real sacerdocio», y tiene referencia al reino de Dios. Como Van Til ha señalado, «el reino de Dios es el summum bonum del hombre».
Con el término reino de Dios nos referimos al programa realizado de Dios para el hombre. Pensaríamos que el hombre;
(A) Adoptaría este programa de Dios como su ideal y;
(B) Pondría y mantendría sus poderes en movimiento a fin de alcanzar esa meta que le ha sido fijada y que él ha fijado por sí mismo.
Nos proponemos mirar brevemente este programa que Dios ha fijado para el hombre y que el hombre debe fijar para sí mismo.
El aspecto más importante de este programa es que el hombre debe realizarse como vicegerente de Dios en la historia. El hombre fue creado como vicegerente de Dios y debe realizarse como vicegerente de Dios. No hay contradicción entre estos dos enunciados.
El hombre fue creado un personaje y todavía tiene que hacerse incluso más personaje. Así que podemos decir que el hombre fue creado rey a fin de que pueda llegar a ser más rey de lo que fue.
El propósito de llamamiento del hombre como sacerdote es, por tanto, realizarse a sí mismo como vicegerente de Dios y dedicarse a sí mismo, sus áreas de dominio, y su vocación a Dios y al servicio del reino de Dios. La autorrealización del hombre es posible solo cuando el hombre cumple su vocación sacerdotal.
La tendencia de las instituciones iglesia, estado y escuela  y de las vocaciones es absolutizarse y hacer el papel de dioses en la vida de los hombres. La respuesta de los hombres a este problema ha llegado a ser la «democracia». La democracia, sin embargo, solo agrava la centralización del poder en manos institucionales, porque la democracia no tiene solución al problema de la depravación humana y a menudo ni siquiera reconoce el problema.

La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes, cuando se la desarrolla apropiadamente, da una respuesta cristiana al problema. La centralización del poder institucional no puede florecer donde florece el sacerdocio. La aplicación práctica del concepto del sacerdocio llevó al judaísmo a través de los siglos a la formación de un estado dentro de un estado y a una sociedad dentro de sociedades. La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes, cuando se sigue, es un programa no solo para la supervivencia sino también para la victoria. El concepto moderno de la democracia es una parodia lamentable de esta doctrina.