INTRODUCCIÓN
San Pablo, al recordar a los
cristianos de Corinto de su destino, dijo: «¿O no sabéis que los santos han de
juzgar al mundo?» (1 Co 6:2). Moffatt [en inglés] traduce esto: «¿No saben
ustedes que los santos van a gerenciar el mundo?», significado que necesitamos
recordarnos.
El gobierno de la iglesia es un
preludio del gobierno del mundo, no por la iglesia sino por «los santos». Al
tratar de establecer el gobierno necesario de la iglesia hacia ese fin, la
apelación constante de Pablo fue, no a la forma de gobierno de la Iglesia ni a
los miembros, sino a la Ley de Dios y al crecimiento de los santos en términos
de ella (1ª Co 6: 5—9:27). Juzgar, gobernar y administrar el mundo se da en
términos de la Ley de Dios.
Cuando San Pablo expresó
indignación ante la idea de que los cristianos acudieran a un tribunal romano,
estaba hablando como buen judío, en la tradición de la ley (1ª Co 6: 1). Acudir
a un tribunal externo estaba prohibido en Israel, bajo circunstancias normales,
en problemas entre judíos. En tales casos se recurría a las cortes judías,
tradición de ley mantenida hasta este día en muchos círculos.
De modo similar, San Pablo sentía
que, entre creyentes, las autoridades de la iglesia constituían el cuerpo
gobernante. Entre un judío y un gentil, o entre un cristiano y un no cristiano,
podría haber un uso legítimo de tribunales civiles. Esos tribunales, por no
regirse por la ley de Dios, no eran agencias de justicia confiables.
Acudamos ahora a la Odisea de Homero. Odiseo vuelve a
casa después de muchos años de recorrido por todo el mundo. Durante ese tiempo,
no se le había ocurrido que tal vez se exigiría castidad de él, aunque la
esperaba de su esposa y sus esclavas. Los pretendientes de su esposa porque se
presumía que Odiseo estaba muerto violaron a algunas de sus esclavas. Odiseo
mismo reconoció esto:
«Ustedes, perros, se dijeron que
yo nunca más volvería a casa de la tierra de los troyanos, y arruinaron mi
casa, y se acostaron con mis criadas por la fuerza, y traicioneramente
cortejaron a mi esposa mientras yo todavía estaba vivo».
El aya Euriclea dijo que doce de
sus cincuenta esclavas habían estado involucradas: «De estas, doce en total han
ido por el camino de la vergüenza, y no me honran, ni a su señora Penélope».
Después de matar a los pretendientes, Odiseo y su hijo Telémaco, y otros, se
dirigieron a las jóvenes, para ejecutarlas.
Telémaco colgó a las doce en un
cable. El porqué de la ejecución lo expresó Telémaco: «Estas han vertido deshonra sobre mi cabeza y la de
mi madre, y se han acostado con los pretendientes». La ofensa de las muchachas
no fue contra Dios, sino contra Odiseo y Telémaco. La participación de estas
muchachas con los hombres que las violaron, o que tal vez las sedujeron, no era
tan importante como la «deshonra» que sentían Odiseo y Telémaco.
La ley para ellos no tenía un
alcance mayor que ellos mismos. «Las muchachas eran propiedad suya. La
disposición de propiedades era entonces, como ahora, cuestión de conveniencia,
y no cuestión de bien o mal».
Lo mismo fue cierto al principio
en Roma. El padre tenía poder sobre sus hijos; eran propiedad suyas. La ley no
trascendía al hombre, y estaba esencialmente limitada a la familia del hombre.
Más tarde, el Estado asumió los poderes de la familia y se convirtió en el
padre de su pueblo y la fuente de ley.
EN CUALQUIER CASO, LA LEY ERA
ESENCIALMENTE HUMANISTA Y CENTRADA EN EL HOMBRE.
Puesto que el hombre como jefe de
la familia o el hombre como líder estatal dictaba la ley, la ley era total.
Esto aparece muy claramente en las Leyes
de Platón:
Lo principal es que nadie, ni
hombre ni mujer, debe jamás estar sin una autoridad establecida sobre él, y que
nadie se dé el hábito mental de dar un paso, sea con fervor o en broma, sobre
su responsabilidad individual o sea, debemos entrenar la mente a ni siquiera
considerar actuar como un individuo o saber cómo hacerlo.
Si no existe la Ley de Dios, las
alternativas humanistas del hombre, cuando se llevan a sus conclusiones
lógicas, quieren decir anarquía o estatismo totalitario.
El comentario de Brophy sobre el
caso de Leopold y Loeb es revelador en este punto:
Lo que se percibe al leer un
relato del caso es un fracaso o, más bien, una confusión de parte de la
sociedad, que, en todos sus tratos con Leopold y Loeb en su educación y en lo
equivalente a su educación adicional, su juicio, nunca les ofreció alguna razón
por la que no debían asesinar o por qué debían sentir algún remordimiento.
Lo que sí les ofreció fue Dios, y
ellos vieron a través de Él. «Él abandonó la idea de que había un Dios», dijo
uno de los informes médicos sobre Leopold, «diciendo que, si existía un Dios,
algún pre-Dios debía haberlo creado». En esto, razona por analogía. Como les
habían enseñado que la ley moral derivaba sus sanciones de Dios, los jóvenes
usaron la lógica al llegar a la conclusión de que expulsar a Dios era expulsar
también la ley moral.
En verdad esto -razonaba- fue su
delito a los ojos de la sociedad, o por lo menos el delito de Leopold, el más
inteligente de los dos. Y, después de llegar a esa posición por la razón, no
podía ser inducido a cambiarla bajo la presión emocional de la amenaza de
muerte. Como el informe médico anota: «Dijo que la congruencia siempre había
sido una especie de Dios para él».
La sociedad no pudo hacer nada
con Leopold excepto clasificarlo como anormal, o sea, que era un no conformista
en sus gustos sexuales, su propia imaginación.
Anarquismo o totalitarismo son
las alternativas. Bien sea gente que, según la esperanza de Platón, «ni
siquiera consideran actuar como
individuos ni saben cómo hacerlo», o individuos que son la ley absoluta para sí
mismos; estas son las alternativas que el humanismo le ofrece al hombre.
Pero los santos han de gobernar
al mundo según la ley de Dios, lo que quiere decir que deben conocer esa ley.
Por lo tanto, un requisito básico para que la Iglesia tenga una vida saludable
es un estudio constante de la ley de Dios, sus implicaciones y aplicaciones.
LA CUESTIÓN DE LA AUTORIDAD ES INSEPARABLE DE LA LEY EN
CUALQUIER SENTIDO BÍBLICO.
Un significado primario de
autoridad es «el derecho de mandar e imponer obediencia; el derecho de actuar
oficialmente». La palabra autoridad se deriva del latín augeo, aumentar. La autoridad tiene un aumento natural en ella.
La verdadera autoridad prospera y abunda. Poder y autoridad no son palabras
idénticas.
Poder es fuerza o potencia; el
poder puede existir y a menudo existe sin autoridad.
El poder de Odiseo y Telémaco, y
los poderes del Imperio Romano, eran poderes de verdad, pero, en los términos
de la ley de Dios, carecían de autoridad, aunque tuvieran una autoridad formal
como gobiernos legítimos en sus sociedades. Como
Denis de Rougemont señaló: «Uno
no se convierte en padre robándose un hijo.
Uno puede robarse un hijo, pero
no la paternidad. Uno puede robar el poder, pero no la autoridad».
La iglesia debe, por su fidelidad
a la Ley y Palabra de Dios, establecer, fortalecer y aumentar su autoridad. Su
poder aumentará - les indicó San Pablo a los corintios- en la medida en que los
cristianos obedezcan la ley de Dios y la iglesia la aplique a sus asuntos
internos, y llame a sus ciudadanos miembros a aplicarla en el mundo que los
rodea.
La base de este poder
incrementado es Jesucristo, que declaró: «Toda potestad me es dada en el cielo
y en la tierra» (Mt 28:18). Como poseedor absoluto de todo poder, Él es la
fuente predestinante de todo poder inmediato.
También es la coincidencia
perfecta de poder y autoridad. En la escuela de la historia, la iglesia se ve
estorbada, reprendida, y humillada cada vez que su poder deja de basarse en la
autoridad de la Palabra y ley de Cristo, o cada vez que su autoridad trata de respaldar
a otros señores que no sean Cristo.
A la iglesia se le requiere
enseñar a todos los hombres y naciones «que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén» (Mt 28: 20). Su presencia y su poder sostienen a aquellos que
enseñan la observancia de todo lo que Cristo ordena.
El poder, cuando está divorciado
de la autoridad santa, se vuelve progresivamente demoníaco. La autoridad puede
ser legítima en el sentido humano, apoyándose en la sucesión o elección, y sin
embargo ser inmoral y hostil al orden de Dios.
La autoridad de Nerón era
legítima en cierto sentido, y a los cristianos se les requirió que la
obedecieran, pero su autoridad era impía e implícita y explícitamente satánica
en su desarrollo. El orden verdadero requiere que el poder y la autoridad sean
santos en su naturaleza y aplicación.
Algunos de los aspectos de este
problema se pueden ilustrar mejor con el informe de un cristiano capaz e
inteligente que de repente se dio cuenta de que sus castillos en el aire quizá
eran satánicos. Soñó con tener suficiente poder para eliminar por ejecución a
todos los traidores y comunistas, y convertir milagrosamente a todos los
estadounidenses. En su pensamiento, dio asentimiento a Cristo; en su imaginación
estaba pidiéndole a Cristo que se sometiera a la tentación de Satanás.
Quería obligar a creer con
milagros (Mt 4: 5-7), y proveer seguridad milagrosa para los problemas (Mt
4:1-4).
Entonces planteó una pregunta muy
reveladora: ¿La única alternativa es el camino de la conversión y el amor sin
ningún orden jurídico, ni coacción, ni milagros, o de alguna manera los
milagros, las leyes y la coacción tienen algún lugar?
Para responder a esta pregunta,
miremos primero a Mateo 13:58, que nos dice que «en su propia tierra», Nazaret
(Mt 13:54), Jesús «no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de
ellos». Es un serio error decir que el poder de Jesús para realizar milagros
estaba condicionado a la fe de la persona o de parte del público. Su poder era
enteramente suyo, en virtud de su deidad; no dependía en ningún sentido de la
respuesta de la gente. Tenía que haber, entonces, otra explicación del número
limitado de milagros realizados en Nazaret.
Algunos fueron realizados, aunque
es obvio que no en público, porque se nos dice que «no hizo allí muchos milagros», lo que implica que
se hicieron algunos. Los
milagros nunca se realizaron para convertir a la gente; Jesús rechazó la
exigencia de los escribas y fariseos de darles una «señal» específicamente
destinada a obligarlos a creer o, más bien, a hacer la fe innecesaria debido a
la vista (Mt 12: 38, 45; 16: 1-5).
El propósito de los milagros fue
glorificar a Dios, y las reacciones de fe a los milagros eran también para
glorificar a Dios (Mr 2: 12). Hay, por tanto, un lugar muy importante en la
vida del convertido para la ayuda milagrosa y providencial de Dios; es un
aspecto de su cuidado gobernante [providencia].
DE IGUAL MODO HAY UN LUGAR PARA LA
COACCIÓN. LA JUSTICIA Y LA LEY LO REQUIEREN.
Son fútiles, sin embargo, sin una
base en un pueblo de fe que pueda mantener y desarrollar un orden social. Si
mañana todos los enemigos internos y externos de los Estados Unidos de América
desaparecieran milagrosamente, el resultado principal sería un mayor deterioro
y decadencia de la vida estadounidense. Habría libertad para pecar con
impunidad en lo que respecta a las consecuencias históricas.
Si todos o casi todos los
norteamericanos milagrosamente se convirtieran al mismo tiempo, el mal sería
consolidado. Los motivos de estos castillos en el aire eran humanistas; su
propósito era la paz y la libertad nacional. Si hubiera sido la paz y la
libertad internacional, la idea humanista no hubiera sido menos real. El fin
principal de tal sueño es un orden humano y una paz humana. Es solo una variante
del evangelio social.
El propósito principal de la
conversión es que el hombre se reconcilie con Dios; la reconciliación con su
semejante y consigo mismo es un aspecto secundario de este hecho, un producto
secundario necesario, pero de
todas formas secundario.
El propósito de la regeneración
es que el hombre reconstruya todas las cosas en conformidad con el orden de
Dios, no según el deseo de paz del hombre. Este propósito y misión incluye la
ley y la coacción.
LA REGENERACIÓN ES EL ACTO SOBERANO DE
DIOS DENTRO DE SU PROPÓSITO SOBERANO.
Es coactiva porque es un acto de
Dios, y sin embargo, como el hombre mismo es un acto de Dios, la regeneración
no es coactiva porque viene como clímax de la obra de Dios dentro del corazón
del hombre. Ni las conversiones ni los milagros son obra del hombre. El que el
hombre busque conversiones forzadas o milagros según sus propias esperanzas es
un error; el hombre puede exigir obediencia a la ley de Dios, pero no puede
actuar como si fuera Dios.
Donde el poder y la verdadera
autoridad están juntos, allí el hombre no actúa como si fuera Dios; sirve a
Dios en términos de su ley y ora a Dios. El poder y la autoridad se usan para
promover el orden santo, y no las esperanzas humanas de orden. El orden de Dios
requería la caída de Roma, no su paz. Muchos cristianos oraban por Roma, y
legítimamente; pecaron cuando limitaron la obra de Dios al contexto del
imperio.