INTRODUCCIÓN
La relación entre la circuncisión
y el bautismo en la que este reemplaza a aquella como señal del pacto, era tan estrecha
que, como hemos visto, requirió en tiempos de Cipriano la decisión de un
concilio de la iglesia para permitir el bautismo antes del octavo día.
Debido a que la ley de la
circuncisión requería que se realizara el rito en el octavo día (Gn 17: 12; Lv
12:3), se creía que el bautismo no debía preceder a dicho día, y se necesitó
una decisión del concilio para alterar esto. La iglesia primitiva no solo
reconoció que el bautismo era el sucesor de la circuncisión como señal del
pacto, sino que también las mismas leyes los regían a ambos.
Precisamente debido a que este
hecho siempre se reconoció, el bautismo de infantes fue ineludiblemente un
hecho en la iglesia primitiva.
La circuncisión, como marca del
pacto, servía de testigo respecto a la naturaleza del hombre caído, y la
necesidad de una nueva naturaleza en el pacto de Dios.
Como Vos señalara:
LA CIRCUNCISIÓN TIENE ALGO QUE VER CON
EL PROCESO DE PROPAGACIÓN.
No en el sentido de que el acto
sea pecado en sí mismo, porque no hay ni rastro de eso en ninguna parte del AT.
No es el acto sino el producto, es decir, la naturaleza humana, que es impuro y descalificado en su misma
fuente.
El pecado, en consecuencia, es
cuestión de la raza y no solo del individuo.
La necesidad de cualificación
tiene que recalcarse de manera específica bajo el AT. En ese tiempo las
promesas de Dios tenían referencia próxima a las cosas temporales, naturales.
De aquí que se corriera el peligro de que la descendencia natural pudiera
entenderse como derecho a la gracia de Dios.
La circuncisión enseña que la
descendencia física de Abraham no es suficiente para hacer verdaderos
israelitas. La impureza y la descalificación de la naturaleza se deben quitar.
Hablando dogmáticamente, por consiguiente, la circuncisión sirve como justificación
y regeneración, más la santificación (Ro 4: 9-12; Col 2: 11-13).
La circuncisión, mediante un
corte simbólico en el órgano de la generación, declaraba que en la generación
no había esperanza, sino solo en la regeneración; el hombre solo puede reproducir
su naturaleza caída; no puede trascenderla.
LA CIRCUNCISIÓN REPRESENTABA UNA FORMA
DE MUERTE, UN CORTAR LA VIDA.
También representaba la remoción
de un impedimento; en Éxodo 6: 12, 30, se usa metafóricamente «para la remoción
de la descalificación del habla». Repetidas veces, se habla del corazón o
regenerado como incircunciso (Lv 26: 41; Dt 10: 16; 30: 6; Jer 4: 4; 6:10 habla
del oído; 9: 25, 26; Ez 44: 7; Ro 2: 25-29; Fil 3: 3; Col 2: 11-13).
La circuncisión como señal de
muerte apuntaba a la muerte de Cristo como representante del hombre. Trumbull
anotó que «en el rito de la circuncisión fue Abraham y sus descendientes los
que suplieron la sangre del pacto, mientras que en el sacrificio pascual fue el
Señor que ordenó la sangre sustituta como símbolo de su sangre del pacto».
Puesto que Cristo vino como
verdadero hombre de hombre, y verdadero Dios de Dios, suplió la sangre del
pacto, muriendo como verdadero hombre por la violación del pacto de parte del
hombre, y, como verdadero Dios, muriendo como nuestro sustituto inmaculado y
perfecto guardador de la ley, que con su muerte rompió el dominio del pecado y
la muerte.
La sangre de la circuncisión y la
sangre del Cordero pascual tipifican la obra de Cristo. Como su obra en la cruz
se cumplió, la sangre dejó de ser, excepto en un sentido memorial, un aspecto
de los ritos del pacto. En la Pascua cristiana, el vino refrescante que da vida
es sustituido como señal de su sangre derramada.
Los antiguos ritos miraban hacia
adelante a Cristo; miraban hacia atrás a Adán y Abraham, y a la Pascua en
Egipto. Los nuevos ritos del pacto miran hacia atrás a Abraham y a Adán, y a la
muerte y resurrección de Cristo; miran hacia adelante a su victoria y
reconquista de la tierra, y a una nueva creación.
El antiguo pacto fue inaugurado
con sangre después de la caída y con Abraham; miraba hacia adelante a la sangre
expiatoria de Cristo, mostrada en tipo en la sangre de los animales de
sacrificio. El pacto renovado en Cristo empezó con su sangre pero mira hacia
adelante al reinado glorioso del Rey en un reino de paz, según lo predijo
Isaías. Como resultado, debido a este hecho, la sangre dejó de ser un aspecto
de los ritos del pacto.
El bautismo exhibe nuestra muerte
y resurrección en Cristo, nuestra regeneración, adopción e incorporación en el
pacto de gracia. Es un testigo de la gracia antes que gracia en sí misma. Como
dijo San Agustín, es «sacramento de gracia y sacramento de absolución, antes
que gracia y absolución mismas».
La iglesia primitiva vio la
iluminación como un aspecto del bautismo, la nueva comprensión de un corazón
redimido; al bautismo también se le llamó «la marca real o carácter, y el
carácter del Señor»6. Conscientes de su relación con el rito del Antiguo Testamento,
algunos padres de la iglesia hablaron del bautismo como «la gran circuncisión».
En obediencia a Mateo 28: 19, desde el principio se consideró como válido solo
cuando se hacía en nombre de la Trinidad.
A ciertas clases de personas se
excluyó del bautismo a menos que abandonaran su profesión: aurigas,
gladiadores, corredores, curadores de juegos comunes, participantes en los
Juegos Olímpicos, músicos, vinicultores y otros, llamamientos todos que eran
parte de las ceremonias religiosas paganas.
También se excluyó bajo toda circunstancia
a los astrólogos, magos, adivinos, brujas y similares. A los que los
frecuentaban el teatro y el circo, que eran en aspectos muy disolutos del
paganismo, por consiguiente se les rehusó el bautismo. También se rechazó a los
polígamos.
Puesto que el bautismo significaba
en parte la muerte y el nuevo nacimiento o resurrección en Cristo de los
creyentes, desde muy temprano se le asoció con la Semana Santa, aunque no de
manera exclusiva. Este mismo aspecto, el renacimiento, condujo a una costumbre
interesante que sobrevivió por algunos siglos como básica para el bautismo: el
bautismo por inmersión, por lo general completamente desnudo.
El rociamiento y la inmersión se
usaban en la iglesia, que reconocía el rociamiento como la marca del nuevo
pacto, según Ezequiel 36: 25. La aspersión también fue una práctica común muy
temprana. El énfasis en la muerte y renacimiento condujo a un énfasis en la
inmersión como simbólicamente representativa de este hecho. Los hombres nacen
desnudos, por lo que debían renacer desnudos en el bautismo.
Ninguna obra del hombre no
regenerado podía llevarse al cielo; por consiguiente, el candidato
simbólicamente se desnudaba de toda ropa para indicar que no tenía nada excepto
la gracia de Dios.
Por tanto, durante generaciones hubo
dos baptisterios en las iglesias, porque se bautizaba por separado a hombres y
mujeres. Romanos 6: 4 y Colosenses 2: 12 eran pasajes que se citaban para
confirmar la práctica de la sepultura y resurrección simbólicas. La práctica
del bautismo desnudo indica lo serio que la iglesia primitiva tomaba el
simbolismo bíblico; nada se evitaba, y a veces resultaban aplicaciones
demasiado literales.
UN ASPECTO DEL SIMBOLISMO DE LA
DESNUDEZ ERA LA COMPARACIÓN CON ADÁN:
San Crisóstomo, hablando del
bautismo, dice: Los hombres estaban desnudos como Adán en el paraíso; pero con
esta diferencia; Adán estaba desnudo porque había pecado, pero en el bautismo,
un hombre está desnudo a fin de poder ser libre del pecado; el uno fue
despojado de la gloria que en un tiempo tenía, pero el otro se ha despojado del
viejo hombre, tan fácilmente como quitarse la ropa.
San Ambrosio dice: Los hombres
vienen desnudos a la fuente, como vinieron al mundo; y de aquí saca un
argumento a manera de ilusión a los ricos: es absurdo que un hombre que nació
desnudo de su madre, y fue recibido desnudo por la iglesia, piense en ir rico
al cielo. Cirilo de Jerusalén toma nota de la circunstancia, junto con las
razones de la misma, cuando así se dirige a las personas recién bautizadas:
Tan pronto como ustedes entran a
la parte interna del baptisterio se quitan la ropa, que es una señal de
despojarse del viejo hombre con sus obras; y habiéndose así despojado, están
desnudos, imitando a Cristo, que estuvo desnudo en la cruz, y quien por su
desnudez derrotó a los principados y potestades, públicamente triunfando sobre
ellos en la cruz. ¡Qué maravilloso!
Ustedes estuvieron desnudos a la
vista de los hombres, y no se avergonzaron, en esto imitaron al primer hombre
Adán, que estuvo desnudo en el paraíso y no se avergonzaba. Así también
Anfiloquio en la Vida de San Basilio, al hablar de su bautismo dice que se
levantó con temor y se quitó la ropa, y con ellas el viejo hombre.
Atanasio, en sus invectivas
contra los arrianos, entre otras cosas dice contra ellos que persuadieron a
judíos y gentiles a entrar en el baptisterio, e hicieron tales abusos a los
catecúmenos mientras estaban con sus cuerpos desnudos que es vergonzoso y
abominable relatarlo».
El bautismo, como hemos visto, lo
cita San Pablo como tipificando, entre otras cosas, nuestra muerte y
renacimiento en Cristo (Ro 6: 4; Col 2: 12). Esto fue también un aspecto de la
circuncisión. La circuncisión no solo significaba nueva vida en el Señor del
pacto sino también, para los que quebrantaban o negaban el pacto, significaba
muerte. Como Kline ha señalado:
Las consideraciones generales y
específicas señalan a una la conclusión de que la circuncisión era la señal de
juramento y maldición de la ratificación del pacto. Al cortar el prepucio se
simbolizaba el castigo de escisión de la relación del pacto.
El sacrificio de pacto de Génesis
15:9 tanto como la marca de la circuncisión simbolizaba la separación del que
rompía el pacto.
Kline tiene razón a llamar la
atención al mismo aspecto de castigo en el bautismo:
Pablo describió la dura
experiencia de Israel en el Mar Rojo como bautismo (1ª Co 10: 2) y Pedro en
efecto llama bautismo a la experiencia del diluvio en tiempo de Noé (1ª P 3:
21). Pero de relevancia particular en este punto es el hecho de que el mismo
Juan el Bautista usó el verbo baptizo para
la prueba inminente en la cual Uno más poderoso que él esgrimiría su aventador
para separar del reino del pacto a aquellos cuya circuncisión se había por
falta de fe abrahámica vuelto incircuncisión y que debían, por consiguiente,
ser cortados de la congregación de Israel y entregados a las llamas que no se
apagan.
Con referencia a esta fuerte
prueba judicialmente discriminatoria con su doble destino de recoger y Gehena,
Juan declaró: «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3:1; Lc 3:16; Mr
1: 8).
Ser infiel al pacto significaba
ser cortado, eliminado por el azote del diluvio, ser destruido por el fuego de
la ira de Dios. Así que las mismas marcas del pacto son también señales del
juicio ineludible de Dios sobre los que rompen el pacto desde el principio de
la historia. Todos los hombres han violado el pacto, pero los circuncidados de
la iglesia del Antiguo Testamento (y se la llama iglesia en Hechos 7:38) y los
bautizados del Nuevo, lo son doblemente.
Este conocimiento puede haber
contribuido a los bautismos demorados en la iglesia primitiva, muchos lo diferían
hasta el momento de la muerte; tal práctica fue, por supuesto, un pecado contra
el pacto. El comentario de Kline respecto al bautismo de Jesús destaca con claridad
el aspecto del castigo:
La recepción de Jesús del
bautismo de Juan se puede entender más fácilmente en este enfoque. Como Siervo
del pacto, Jesús se sometió en símbolo al juicio del Dios del pacto en las
aguas del bautismo.
Pero el que Jesús, como Cordero de
Dios, se sometiera al símbolo del castigo era ofrecerse a sí mismo a la maldición
del pacto. Por su bautismo Jesús estaba consagrándose a su muerte sacrificial
en el proceso judicial de la cruz. Tal concepto de su bautismo se refleja en la
referencia de Jesús a su pasión venidera como un bautismo: «De un bautismo
tengo que ser bautizado» (Lc 12: 50; .
Mr 10: 38).
El bautismo de Jesús como símbolo
de juicio apropiadamente concluyó con un veredicto divino: el veredicto de
justificación expresado por la voz celestial y sellado por la unción del
Espíritu, las arras del Mesías de la herencia del reino (Mt 3: 16, 17; Mr 1: 10,11;
Lc 3: 22; Jn 1: 32, 33; Sal 2:7).
Satanás cuestionó este veredicto
de calidad de Hijo, y eso condujo a una dura experiencia del combate entre
Jesús y Satanás, empezando en la tentación en el desierto inmediatamente después
del bautismo de Jesús y culminando en la crucifixión y la
vindicación-resurrección del Cristo victorioso, preludio de su recepción de
todos los reinos del mundo (la cuestión bajo disputa en la prueba; esp. Mt 4: 8; Lc 4:5).
La señal del pacto pone al
receptor bajo las bendiciones y maldiciones particulares de Dios. Como hombre
no redimido, ya está bajo la maldición. Al recibir la señal del pacto, un
hombre está bajo una doble amenaza de castigo si viola ese pacto. Por esto
Moisés estuvo en peligro de maldición por embarcarse en el llamamiento del
pacto de Dios sin circuncidar a su hijo (Éx 4: 24-26).
Por esta razón también «es tiempo
de que el juicio comience por la casa de Dios» (1ª P 4: 17), tanto debido a la
doble ofensa como a limpiar la raza del pacto de Dios. A todos los que reciben
la marca del pacto se les requiere ligar a los que están bajo ellos a la ley de
Dios, y el juicio de Cristo sobre su iglesia es el ejercicio de su autoridad como
el bautizado de Dios, el nuevo Adán.
El bautismo de Jesús nos dice más
en cuanto al significado del bautismo: «Y Jesús, después que fue bautizado,
subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al
Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él» (Mt 3: 16). Vos
nos ofrece una buena perspectiva de este aspecto del bautismo:
El AT en ninguna parte compara al
Espíritu con una paloma. En efecto representa al Espíritu como revoloteando, flotando
sobre las aguas del caos, a fin de producir vida de la materia primitiva. Esto
pudiera entenderse como una insinuación de que la obra del Mesías constituía
una segunda creación, ligada con la primera mediante esta función del Espíritu
en relación con ella.
El bautismo, así, es la entrada a
la nueva creación, cuyo Rey es el nuevo Adán, Jesucristo. Es la señal del pacto
del nuevo paraíso de Dios y de la ciudadanía allí.
En un documento de la iglesia
primitiva leemos: «Ahora, la regeneración es por agua y Espíritu, como fue toda
creación: “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn 1: 2). Y
por esta razón el Salvador fue bautizado, aunque no lo necesitaba, a fin de
poder consagrar toda agua para los que estaba siendo regenerados.
El bautismo, entonces,
enfáticamente se veía como el sacramento de la nueva creación, por el que se
purga la vieja creación y se rehace. El Espíritu y el agua significan agencias
de limpieza: VIII.
«El agua arriba del cielo».
Puesto que el bautismo se realiza por agua y el Espíritu como protección contra
el fuego doble, eso que sostiene lo que es visible, y eso que sostiene lo que
es invisible; y por necesidad, habiendo un elemento inmaterial de agua y uno
material, es una protección contra el fuego doble.
Y el agua terrenal limpia el
cuerpo; pero el agua celestial, por razón de ser inmaterial e invisible, es un
emblema del Espíritu Santo, que es el purificador de lo invisible, como agua
del Espíritu, y la otra del cuerpo.
A pesar de los más bien
complicados y extraños indicios de dualismo en este pasaje, lo que está claro
es que el bautismo se veía, en sus aspectos internos y externos, como la
recreación del mundo material y espiritual mediante la recreación total del
hombre.
Las promesas al pueblo del pacto
en el Antiguo Testamento son asombrosas; no se retractan en el Nuevo
Testamento, sino que más bien se amplían. Como Murray observara correctamente:
Finalmente, no podemos creer que
la economía del Nuevo Testamento sea menos beneficiosa que la del Antiguo. Es
más bien el caso de que el Nuevo Testamento da más abundante alcance a las
bendiciones del pacto de Dios.
No se nos conduce, en
consecuencia, a esperar retractación; se nos conduce a esperar expansión y
extensión. No estaría de acuerdo con el genio de la nueva economía suponer que
hay la abrogación de un método tan cardinal de revelar y aplicar la gracia que
está en el corazón de la administración del pacto de Dios.
Las aguas del bautismo hacen eco
del juicio del diluvio y del cruce del Mar Rojo; también prometen un nuevo
mundo, una tierra prometida en Cristo. Apuntan a la plenitud de la bendición
con tanta certeza como reflejan el juicio de Dios sobre la vieja humanidad, el
Adán caído en todos nosotros.